domingo, 15 de septiembre de 2019

OSTRACISMO



Es muy frecuente ver cómo, incluso personas instruidas, analizan o juzgan instituciones y hechos del pasado sin desprenderse de los hábitos mentales y la percepción del mundo de los tiempos actuales sin caer en la cuenta de que los seres humanos de las sociedades europeas de hoy no se colocan en el mundo cómo lo estaban los de otras épocas, en especial los de la antigüedad clásica. Esto provoca errores graves de comprensión y juicios muy equivocados que se hacen particularmente evidentes en las referencias a la cuna de la democracia, a Atenas. La democracia ateniense fue producto de lo que podemos decir lucha de clases. Lucha de los demócratas contra los aristócratas, aunque ambas palabras no tenían exactamente la misma acepción que ahora. Los aristócratas también se opusieron en su momento a los tiranos, o gobierno unipersonal, pero entendían que el gobierno de la ciudad debería quedar en manos de los más preparados que, naturalmente, solía coincidir con los más ricos. Tucídides, en su historia de la guerra del Peloponeso, nos muestra que en aquella guerra civil entre griegos cuando los atenienses entraban en una cuidad que les había sido hostil se apoyaban de inmediato en el partido de los demócratas contra los aristócratas que generalmente estaban aliados con Esparta y, de ese modo, trataban de consolidar más allá de Atenas la polis como sistema político. Pero, por supuesto, todo aquel mundo estaba lleno de complejidades y muchos matices. La polís se estaba inventando. 

Con todo no cabe duda de que muchas lecciones podemos seguir sacando de aquel mundo, a sabiendas de que no es posible hacer traslaciones mecánicas, ni de aquí para allá, ni de allá para acá. Uno de los mecanismos más curiosos de que disponía la polis para evitar atisbos de regreso a un sistema aristocrático, o simplemente para evitar que la excesiva presencia (excesiva en la opinión de la mayoría de los ciudadanos) en la vida pública de una personalidad relevante acabase perturbando el bien común, era el ostracismo. Los helenistas nos dicen que si en asamblea solemne, con un quorum de 6000 ciudadanos, y tras votación por mayoría absoluta, alguien era mandado al ostracismo, debería abandonar la ciudad en un plazo de diez días durante diez años. Aunque en otra votación posterior ese plazo podía ser reducido en una especie de amnistía. El ostracismo, en contra de los que hoy suele pensarse, no era algo infamante, no se entendía como una pena por cometer delito y quienes eran mandados al ostracismo no perdían la ciudadanía. Simplemente se entendía por esa mayoría de ciudadanos que determinada persona, generalmente muy relevante, estaba con su papel público conduciendo la vida en común por derroteros que perturbaban el bienestar de la ciudad. Personajes muy relevantes, como Temístocles, el principal estratego que llevó a la victoria sobre los persas en la Segunda Guerra Médica, fueron mandados al exilio mediante el ostracismo. A lo que parece era una llamada a la humildad para aquellos cuyos triunfos les habían hecho arrogantes y se habían alejado del sentir de la mayoría, aunque a veces la mayoría pudiera estar equivocada. 

Una institución así es impensable en nuestras democracias parlamentarias, en las que la responsabilidad política se dirime, mayormente, en las elecciones o en las mociones de censura o en las revueltas internas de los partidos, como últimamente hemos visto en el partido conservador de Gran Bretaña o, lo que es peor, en los linchamientos mediáticos. En las circunstancias actuales de la política española es casi inevitable que el ostracismo venga a la mente de la ciudadanía. No estaríá mal que Carmen Calvo, Pablo Echenique, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias pensaran un poco si no se están alejando del sentir muy mayoritario de la población española que les votó. En especial Pedro Sánchez, como líder del partido más votado y principal candidato a presidente de Gobierno que es quién, de acuerdo a la Constitución, tendría que haberse ganado los apoyos necesarios y por ello tiene una responsabilidad mayor. No deberían todos ellos olvidar que esa población que les votó puede que muy gustosa les mandara al ostracismo, a un ostracismo suave apartándoles de las negociaciones para formar gobierno, sin por ello desconocer su valía. Un ostracismo menos suave lo pueden tener si hay elecciones en noviembre, lo que sería un desastre. 

Joaquín Aparicio Tovar