lunes, 28 de mayo de 2018



 






DIVERSIDAD SEXUAL Y LIBERTAD REPRODUCTIVA DE LAS MUJERES.

Un grupo de once investigadoras e investigadores de la Universidad de Castilla-La Mancha y de otras Universidades ha publicado recientemente en la granadina editorial Comares la obra Diversidad sexual y libertad reproductiva de las mujeres en la cultura de la producción y el consumo, dirigida por la Dra. Ana Marta Olmo. Es una obra sugestiva y recomendable en la que se tratan una variedad de temas desde un punto de vista novedoso, algunos casos no exentos de polémica. De esa obra se ofrece aquí el prólogo de Joaquín Aparicio Tovar.



 Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí, a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.
Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con más ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición”.

Así acaba el magnifico cuento de Juan Rulfo titulado Es que somos muy pobres, que integra el volumen El llano en llamas. Tacha llora por su vaca, pero su padre y su hermano, que es quién trata de consolarla, ven en esa pérdida otra mucho mayor: La de la propia Tacha, quién al perder la vaca  que al cumplir sus doce años le había regalado, con grandes trabajos, su padre, ya no podría casarse, según los cálculos que éste último había hecho, con un buen hombre que con Tacha se llevaría la vaca. Ahora veían que fatalmente acabaría siguiendo el camino de sus dos hermanas mayores, quienes, dice el hermano trayendo la opinión del padre, “se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa”. Habían acabado en la prostitución.
 Este cuento viene con facilidad a la mente cuando se leen los muy interesantes trabajos que forman parte de este libro que ha dirigido la profesora Ana Marta Olmo. Un libro que se ha ido gestando bajo los impulsos de la directora desde hace varios meses, demostrado que sus preocupaciones intelectuales, las de ella y del resto de las autoras y autores, están ligadas estrechamente a las preocupaciones sentidas por la sociedad, como lo muestra que sale a la luz muy poco después de la histórica jornada de lucha y huelga feminista del 8 de marzo. Unas preocupaciones que no son repentinas, pues desde hace años la Dra. Olmo está llevando adelante un master sobre igualdad de género con notable éxito. Es evidente que no hay ni rastro de oportunismo, todo lo contrario, en el empeño que ha hecho aparecer este libro. Las autoras y autores con los trabajos que aquí se ofrecen nutren la gran corriente que emergió el pasado 8 de marzo.
 Este libro no solo es oportuno, sino que es profundo y rico en sugerencias al tiempo que ofrece un debate abierto y honesto sobre materias muy controvertidas. Es ya una opinión ampliamente seguida, que cada día se consolida, que el feminismo no es ni una moda, ni un movimiento de un grupo que mujeres elitistas que se sienten discriminadas, es, sencillamente, una exigencia del principio democrático. Democracia y feminismo están en una ligación que con las luchas de llevadas a cabo desde hace no pocos años, se hace indisoluble porque el principio democrático exige la profundización en la igualdad real. El orden patriarcal-capitalista genera muchas formas de desigualdad económica y social, pero las desigualdades son especialmente inaceptables cuando tienen su origen en el sexo y el género.
 Bien se sabe que el principio de igualdad es muy delicado y complejo porque es una creación intelectual de los seres humanos cuando alcanzan un cierto nivel de civilización. En la naturaleza lo que encontramos son diferencias. Mujeres y varones, personas con tendencias sexuales diversas, razas diferentes. Pero sobre esas diferencias se impone algo común, cual es la cualidad de seres racionales con una común dignidad, que es quebrada cuando la gente sufre tratos peyorativos. Obviamente la igualdad no pide imponer la homogeneización ni la parificación absoluta, sino eliminar los obstáculos que hacen imposible o dificultan el libre desarrollo de la personalidad y aquí es donde los tratos peyorativos por motivo sexual o de género han castigado y castigan de modo especialmente duro a las mujeres y a quienes se desvíen de las practicas heterosexuales dominantes.
 Es evidente que las mujeres pertenecientes a las clases trabajadoras se enfrentan a  muchos más obstáculos en su desarrollo personal, pero el género y el sexo han incidido en los repartos de papeles sociales en todas las clases sociales en perjuicio de las mujeres. Recordemos que en el siglo XIX y bien entrado el siglo XX era de “bon ton” entre las clases sociales acomodadas europeas, y también en otras partes del mundo donde las imitaban, dar una cierta educación musical a las señoritas para que amenizasen (o torturasen) con interpretaciones al piano a las visitas que acudían a la casa a pasar la velada, pero ¿Cuántas de ellas recibían una educación y un apoyo que les permitiera llegar a ser compositoras o interpretes de renombre? Muy pocas. Fanny Mendelssohn o Clara Wieck (más conocida por Clara Schumann por su matrimonio con Robert Schumann), por ejemplo, son una clamorosa excepción. En otros campos artísticos también ha sido así a pesar de que se predicara que la mujer esta dotada de una mayor sensibilidad que los hombres. Sofonisba Anguissola, Artemisa Gentileschi o Elisabetta Sirani, que vivieron entre los siglos XVI y XVII, son también raras excepciones en el mundo de la pintura que estaba dominado por una gran abundancia de varones, muchos de lo cuales no tenían la valía de estas pintoras, que tuvieron que salir adelante no sin grandes dificultades y con menor reconocimiento. Más recientemente notables mujeres literatas de la generación del 27 como Ernestina de Champourcin, María Teresa León, Josefina de la Torre o Luisa Carnés han quedado en la sombra de grandes poetas como Lorca, Alberti o Cernuda.
 Como se indica en la obra que aquí se prologa, el género alude a una construcción social y cultural que atribuye roles diferenciados entre hombres y mujeres, mientras el sexo alude a un hecho biológico, pero la construcción social aprovecha esa diferencia biológica en el reparto de poderes sociales. Las ideas religiosas, los prejuicios sociales y las construcciones culturales están ahí para justificar las diferencias de trato y reparto de poderes. La vinculación entre feminismo y democracia exige romper con tal estado de cosas y para ello es necesario, ante todo, reconocer a las mujeres derechos sexuales y reproductivos que les permita “tener el control de su sexualidad sin coerción, sin discriminación y sin violencia” (p. 181) porque es a través, sobretodo, del control de la sexualidad  femenina como la sociedad patriarcal-capitalista impone el reparto de roles y poderes. El autocontrol libre de la propia sexualidad lleva a establecer también una nueva forma de relación entre hombres y mujeres que destierra la dominación, la violencia y la conversión de los seres humanos en mercancía para el uso del sexo y las diferencias sexuales como objeto de tráfico mercantil.
 Esta obra es muy plural, como ya se ha indicado, y, por ello, no está exenta de la controversia como cuando se tratan los delicados temas de la prostitución o la maternidad subrogada. Uno se sentiría inclinado a considerar que la lucha por una sociedad democrática que implica la asunción del feminismo llevaría a erradicar el uso del dinero para conseguir el goce sexual. No solo porque la experiencia muestra cómo en la inmensa mayoría de los casos la pobreza, como se dice en el obra de Rulfo con la que se iniciaban estas líneas, es el detonante de la prostitución y de la trata de seres humanos, sino porque es expresión de unos valores incompatibles con los de una sociedad libre e igualitaria. El tema es ciertamente muy controvertido y sin duda reconocer derechos al trabajo sexual puede mejorar en determinadas condiciones la situación de quienes lo practican, pero no hay que desdeñar que puede también contribuir a cronificar las relaciones de dominación aunque haga más soportable y menos sórdidas las condiciones en que se ejerce tal trabajo. Puede que tras esas elaboraciones repose la idea del trabajo como medio de realización personal e integración social, pero hoy, por el contrario, habría que pensar que la sociedad libre a la que aspiramos es una en la que más que el trabajo debe primar el ocio creativo, y en la que cada persona reciba según su necesidad y de según su capacidad.

Algo parecido podría decirse de la maternidad subrogada que parte del deseo incontestado e incuestionado de maternidad o paternidad aprovechando ahora las ventajas de los avances científicos. Para que las relaciones entre las personas implicadas en este asunto estén basadas en un puro altruismo sería necesario que la sociedad capitalista desapareciera. Es la modesta opinión de quien escribe estas líneas.

En el libro que las lectoras y lectores tienen en su mano hay una cautivadora llamada a las ideas de Paul Lafargue al reivindicar un derecho a la pereza reproductiva de las mujeres, tanto de los países desarrollados como de los no desarrollados a los cuales, estos últimos, se dirige principalmente una cooperación para el desarrollo que ignora en los hechos los derechos sexuales y reproductivos de la mujer. Es una hermosa utopía por la que luchar porque no olvidemos que la utopía significa imaginar una sociedad futura en la que sea posible desarrollar todas las potencialidades de los seres humanos. Si no hacemos el esfuerzo de imaginar esa sociedad no será posible la movilización hacia la acción para erradicar los males sociales que ahora aherrojan a la gran mayoría de la población. Utopía no es quimera.