jueves, 4 de julio de 2019

FURIOSOS Y SECTARIOS. EL DISPARATE DE SUPRIMIR MADRID CENTRAL









 
Joaquín Aparicio Tovar

Era previsible que la soberbia y el autoritarismo del nuevo alcalde de Madrid y de sus secuaces generase entre algunos sectores de la población respuestas airadas próximas al insulto. Una de ellas ha venido desde el madrileño barrio de Vicálvaro en forma de camisetas y pegatinas en las que se hace mofa duramente de la de la cara del señor Martinez-Almeida a la que relacionan con cierta parte de la anatomía masculina, lo que ha dado lugar a rápidas intervenciones de la policía que contrasta con la pasividad frente a los insultos a la anterior alcaldesa. En la esfera de Parapanda el insulto no está admitido y, por otro lado, hay que reconocer que cuando uno nace no elige su faz, si bien no deja de ser algo cierto aquello que escribió Vázquez Montalbán de que a partir de los 40 años cada uno es responsable de su cara.

Una absurda medida revanchista ha sido la supresión de facto de Madrid Central. El reciente alcalde por su boquita ha dicho que no ha llegado a la alcaldía para contentar a la izquierda y, a renglón seguido, añadir que viene a trabajar para todos los madrileños y cumplir con lo que promete. Esa frase es clara expresión del tradicional pensamiento reaccionario, ultramontano y lleno de furia típico de las derechas españolas.

Si se analiza un poco lo que dijo, más allá de la habitual arrogancia, se ve que para este munícipe “la izquierda” es un ente abstracto, una especie de fantasma, un espectro que circula por Madrid al que hay que combatir y aplastar en todas sus manifestaciones, como Madrid Central. Parece que este hombre todavía está en 1848 sumándose con entusiasmo a la “santa jauría” de la que hablaba el barbudo de Tréveris[1].  Lo que sale de su boca es pura furia y poco razonamiento porque ¿Cómo es posible que diga que viene a trabajar para todos los madrileños pero resulta que las medidas para mejorar la calidad del aire que se respira en la ciudad, que es el mismo para todas las personas, fueron adoptadas por grupos políticos que incluso en las últimas elecciones sumaron casi la mitad de los concejales? Puede decirse sin miedo a errar, que, al menos, casi la mitad de la población está de acuerdo con ellas pero, para el alcalde eso es intrascendente ya que por encima de las personas lo que pulula es una “izquierda” que las contamina y a partir de ahí ya no cuentan, es como si ya no fueran personas.Toma la parte por el todo cuando eleva a la categoría general de “los madrileños” a quienes le han votado a él y a los grupos afines, y a esa parte de la población está dirigida su actividad política y fía el cumplimiento de sus promesas electorales. Como Franco y los facciosos sublevados en 1936, la anti España son quienes se oponen a sus intereses y, reducidos a una condición de no españoles, hay que eliminarlos si es necesario, aunque sean más de la mitad de la población, como dejaron dicho por escrito y no les tembló la mano para ejecutar.

Las derechas se han apropiado de la palabra sectarismo para estigmatizar cualquier medida de progreso, no necesariamente de izquierda, que beneficie a una gran parte de la población, pero sectarismo es lo que practican ellas. Madrid Central es un buen ejemplo. Es evidente que en los pocos meses que ha estado en funcionamiento, la calidad del aire ha mejorado, por mucho que mientan, la vida en el centro de la ciudad con menos coches se ha hecho más amable y de ello no se ha beneficiado “la izquierda”, ese peligroso ectoplasma que pulula por ahí, sino todas las personas que se mueven por esas calles, pero parece que ha molestado a ciertos grupos de la población que, precisamente, son los que menos frecuentan el área central de tráfico limitado. Es una reacción muy propia del pensamiento reaccionario que viene de lejos, desde la oposición a los valores de la Ilustración, de la racionalidad. Mayor sectarismo es difícil de encontrar, pero es que, además, en términos de conversación castiza, puede decirse que suprimir Madrid Central es una medida de paleto, entendiendo por tal, no a una persona de campo que llega a la ciudad con limitados conocimientos, sino a una que con orejeras no mira al mundo y se obceca contra el signo de los tiempos que no atisbó desde el ambiente cerrado y asfixiante en el que preparaba oposiciones.


[1] K. Marx y F. Engels, El manifiesto comunista, Alba, 2000, p. 50.