La posibilidad de alternancia entre diversos partidos en el ejercicio del poder político es consustancial a un sistema democrático. Pero para que esa posible alternancia no sea traumática es necesario que los diversos actores políticos acepten las bases del juego democrático. Es decir, el respeto por las formas y los procedimientos marcados por las leyes, en especial por la Constitución. El respeto de las formas y procedimientos exige en la esfera política, como en la social y en la individual, un comportamiento que lleva respetar ciertos límites, límites que no están establecidos solo por las leyes, sino por una ética formada en torno a los valores de libertad, igualdad, justicia y pluralismo político que son proclamados como valores superiores de nuestro ordenamiento (art. 1.1 CE). La realización de esos valores, en especial el valor de la igualdad, es lo que hace que la democracia no sea algo acabado de una vez por todas, sino que se está haciendo cada día. Nadie tiene un plano con el camino único para la realización de esos valores, por eso caben diversas opciones políticas que ofrecen distintos caminos, pero no deben poner en cuestión la meta. Y eso es lo preocupante de situación española.
En España tenemos una derecha que es exponente de lo que Umberto Eco llama “el fascismo eterno”. Nuestra derecha formalmente no reivindica el franquismo (aunque no ha condenado ese régimen ni la violencia genocida que desató), pero como recuerda Eco, “aunque los regímenes políticos sean derribados y las ideologías criticadas y deslegitimadas, detrás de un régimen y de una ideología hay siempre un modo de pensar y de sentir, una serie de hábitos culturales, una nebulosa de instintos oscuros e insondables pulsiones”. El exterminio de judíos y comunistas que hizo Hitler no fue producto de una elaboración ideológica nacida de golpe en aquellos años. No, se alimentó de odios seculares que fueron canalizados aprovechando y explotando la frustración que sentían algunas capas de la población, en especial las clases medias, en una época de profunda crisis.
El fascismo hoy es “un totalitarismo difuminado” del que la derecha española nos brinda cada día numerosos ejemplos. Reivindica la libertad y denosta lo público frente a lo privado, pero es la libertad de enriquecerse unos cuantos a la sombra de lo público. Convierte la salud, la educación, la cultura, el territorio, en fin, en objeto de negocio para las clases privilegiadas con lo que agrandan las diferencias sociales y ciegan el camino de la igualdad. Corrompe y empobrece el lenguaje público con slóganes publicitarios vacios de contenido. La derecha española hace gala de su sempiterna arrogancia y quiere imponer a todos patrones de conducta nacional-católicos, que con su tradicional hipocresía ella misma no cumple.
Pero puede que lo peor sea su continua llamada a las más bajas pasiones y oscuros instintos de la gente para, con la potencia de los muchos medios de formación de la opinión de que dispone, hacer imposible el debate argumentado sobre la mejor satisfacción de las necesidades de la mayoría de gente. Llama a esos bajos instintos cuando irrumpe con las escandalosas denuncias sobre aumento de la delincuencia y pidiendo mano dura, aunque los datos muestren que en España el índice de delincuencia es de los más bajos de Europa. En esta campaña electoral hemos visto con estupor cómo en vez de hablar de las opciones que ofrece sobre servicios sociales, educación, cultura, salud, protección del territorio y de sus riquezas, se está utilizando el terrorismo de forma visceral y emotiva, hasta el punto de deslegitimar instituciones esenciales de nuestro estado como el Tribunal Constitucional. También vemos cómo la derecha apela al miedo al diferente para lanzar el discurso de la xenofobia alimentando la llama nacionalista que ve al de fuera como un competidor que viene a quitarnos lo nuestro. Da la casualidad que estas elecciones son autonómicas y municipales, pero ni la inmigración y ni el terrorismo son competencia (salvo en muy pequeña parte la inmigración) de las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos. Son asuntos de la Unión Europea y del Estado.
El gran problema no es la alternancia en el poder, sino la instalación en la ciudadanía de una cultura impregnada de elementos del fascismo. No hay que olvidar que Hitler y Mussolini subieron al poder ayudados por la clase dominante utilizando los medios electorales de las democracias liberales.
3 comentarios:
Querido profesor, dice usted al final de su artículo: "El gran problema no es la alternancia en el poder, sino la instalación en la ciudadanía de una cultura impregnada de elementos del fascismo. No hay que olvidar que Hitler y Mussolini subieron al poder ayudados por la clase dominante utilizando los medios electorales de las democracias liberales".
¿No bubiera sido mejor decir "la instalación [del fascismo] en ciertas capas de la ciudadanía?"
Mis saludos, Zoílo Sierra (El Jau)
La derecha española siempre ha tenido la careta puesta, pero detras está el autentico facismo y las gentes estan tan educadas en esto, que lo ven algo normal y no se preucupan de quitarles la careta. Un saludo.
Un panfleto ridículo plagado de topicazos.
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