sábado, 14 de enero de 2012

LA CONCERTACIÓN SOCIAL PARA LA REFORMA LABORAL BAJO LA PRESIÓN MEDIÁTICA






En los blogs amigos, Según Antonio Baylos y Metiendo Bulla de la rica esfera paparandiana se están intercambiando muy atinados y profundos puntos de vista sobre las nuevas formas del conflicto social. Una cosa que emerge en todos ellos es la enorme importancia que hoy tiene el tratamiento mediático. En esa línea, una reflexión se añade desde aquí, cual es que probablemente la importancia del tratamiento mediático sobre la eficacia del conflicto está en relación con la mayor o menor generalidad del mismo, partiendo siempre de que los medios, por lo general, son hostiles a todo conflicto y, por extensión a los sindicatos. Pero la presión mediática no solo afecta, como ya sabe, al conflicto social. Estos días, en concreto, estamos viendo cómo la presión mediática está pervirtiendo el sentido de la concertación social.

Como en alguna ocasión ha dicho nuestro querido maestro Umberto Romagnoli, la concertación social es una hermosa flor que crece en la campiña, libre, no es cultivada en un jardín bajo la atenta mirada y cuidados (abonos, insecticidas, podas) del jardinero que consigue incluso hacer minúsculos bonsáis de lo que podrían llegar a ser grandes árboles. Esa flor es hermosa porque mejora los mecanismos de representación de intereses de una gran parte de la población dentro de las democracias europeas y no solo europeas, que tienen el gran problema de ser poco representativas y con una gran distancia entre representantes y representados, de lo que es muestra la simpatía que despiertan movimientos como el 15 M. Es decir, mejora la democracia misma. Las reformas que se hacen a través de la concertación social gozan de una legitimidad mayor que las impuestas por leyes aprobadas en exclusiva por las cámaras legislativas.

Pero eso era hasta esta crisis. Desde 2010 los Gobiernos constriñen a las partes sociales a que concierten una reforma y les marca el guión y los plazos (un guión escrito, además, en organismos supranacionales). Es evidente que como son reformas que recortan derechos a los trabajadores, los Gobiernos con ese modo de proceder pretender evitar el desgaste que la impopularidad de la reforma conlleva. Pero ya no estamos ante una flor nacida en la campiña, sino en un estrecho “formal garden” que tiene en los medios de comunicación a uno de sus más implacables jardineros.

El caso presente es paradigmático. Se ha demostrado por activa, pasiva y perifrástica, que las reformas laborales ni crean ni destruyen empleo, sin embargo el nuevo gobierno conservador español, con potente estruendo mediático, lanzó a viento y marea, apenas tomó posesión, que era urgente una reforma laboral más profunda que la se acaba de hacer en 2010, y puso plazo. Ahora el guión estaba sugerido a través de la patronal. La última es la rebaja de nota de las agencias de calificación. ¿Qué es lo que destacan los medios de formación de la opinión? Que si no hay reforma laboral se seguirá rebajando la nota, cuando es un disparate lógico, es solo una descarada manifestación de chantaje. Los especuladores internacionales se sentirán más proclives a comprar deuda soberana española si los trabajadores españoles tienen menos derechos y los empresarios más poderes para disponer de la fuerza de trabajo. Pero ese fue el argumento en 2010 y 2011 y, a pesar de que se hicieron las reformas, los especuladores quieren más, no se sienten satisfechos y nunca lo estarán.

En estas condiciones el papel del sindicato confederal es muy delicado. Rechazar las negociaciones de plano, aún en esas condiciones, no parece la vía adecuada cuando están en juego condiciones de vida y trabajo de muchos trabajadores que pueden ver perjudicada su situación seriamente si se deja vía libre a una imposición unilateral por parte de Gobierno y patronos, pero si la reforma del 2010 ya fue contestada con una huelga general y la base de partida de la negociación actual es que los parados actuales son debidos a la timidez de la misma, y, además, se pone un plazo perentorio, no puede decirse que estemos ante una reforma, sino de un trágala con el que el gobierno busca una legitimación a sus impopulares recortes, ahora de derechos. Si los sindicatos no pactan, los bombardeos de los medios ya se ven venir con el previsible argumento de que son organizaciones caducas que defienden a los ocupados (insiders) frente a los desocupados (outsiders). Pero si pactan, esos mismos medios no dejaran muchas opciones a explicar los argumentos sindicales con claridad y acabarán sutilmente (y no tan sutil) pintándolos como colaboracionistas. Los sindicatos corporativos o de categorías, mejor tratados por los medios, lo tienen más fácil porque los intereses más amplios de los trabajadores y ciudadanos les son secundarios y de paso aprovecharán para lanzar las más gruesas descalificaciones a los sindicatos confederales. Con la reforma de la Seguridad Social ya hubo un claro ejemplo. Si de los que se trata en esta falsa negociación es de que los sindicatos contribuyan a legitimar un (todavía) mayor poder empresarial a cambio de una vana cuestión de fe de que algún día mejorará el empleo gracias a estos “sacrificios”, pues la verdad no parece que merezca la pena. Como diría Carlos Puebla: “Para la leche que da la vaca, que se la tome el ternero” y que cada palo aguante su vela.

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