Tras la firma del Acuerdo Social y Económico, CCOO y UGT han recibido ciertas críticas, algunas más que críticas auténticos insultos. La crítica es un ejercicio de libertad que hace más sana la vida democrática porque al aportar argumentos, permite ayudar a encontrar mejores soluciones a los siempre complejos problemas sociales para los que nadie tiene una solución mágica. El insulto no, porque al no aportar argumentos no solo no contribuye a buscar una solución sino que la dificulta. Por desgracia el insulto en la vida pública española es una pesada una herencia que lejos de debilitarse se está robusteciendo, a lo que no son ajenos tantos medios de persuasión convertidos en altoparlantes de exabruptos propios de las tertulias cuarteleras del franquismo, que en un país culto y democrático deberían estar erradicados.
CCOO y UGT son piezas esenciales de nuestra democracia. Lo avalan su historia y su presencia diaria en los centros de trabajo, y los trabajadores cada cuatro años de forma democrática lo valoran y les confieren la mayor representatividad haciéndoles superar los exigentes requisitos impuestos por la ley. Incluso la afiliación sindical no es tan baja como se dice (es más alta que en Francia, por ejemplo). Son, con enorme diferencia, las mayores organizaciones sociales de este país de tan poca cultura asociativa. Ni por su potente estructura organizativa, ni por la audiencia electoral tan extensa puede ponerse en cuestión su calidad representativa, como alguien en un evidente exceso ha llegado a hacer en estos días.
Los sindicatos, especialmente los más representativos, CCOO y UGT, son piezas esenciales de la democracia, como el art. 7 de la Constitución deja claro, porque sin ellos la democracia misma languidecería. Al no ser posible hoy una democracia directa, en las democracias representativas se abre una gran brecha entre representantes y representados, lo que da lugar, como decía N. Bobbio, a que sean poco representativas. Es necesario, por tanto, buscar vías para su mejora. La concertación social en la Europa posterior a la segunda guerra mundial ha sido una de ellas y en particular, en España. A través de los grandes sindicatos confederales se expresan y defienden intereses, no solo de los trabajadores afiliados, sino del conjunto de los asalariados en nuestra compleja sociedad pluriclasista. En el más noble sentido de la palabra los sindicatos confederales son sujetos políticos que, sin embargo, no aspiran a detentar el poder político. El Estado Social y Democrático de Derecho en que según el art. 1.1 de nuestra Constitución se constituye España no es posible sin ese papel de los sindicatos. Pero la Concertación social no supone el abandono del conflicto, como también la historia reciente de España enseña, es más, sin conflicto no es pensable la concertación.
Pero expresar esos amplios y grandes intereses de los asalariados (la inmensa mayoría de la población) no es tarea sencilla porque los sindicatos confederales deben proceder a una difícil tarea de mediación entre los múltiples intereses sectoriales o particulares (cuando no egoístas) de determinados grupos. Es falso presentar nuestra sociedad como una dividida de modo simplista entre insiders y outsiders en la que los sindicatos más representativos defienden a los insiders frente a los outsiders. La mera comparación con los sindicatos corporativos (pongamos el de controladores aéreos) es suficiente.
Mediar entre intereses complejos en asuntos trascendentales no es sencillo, como es el caso del Acuerdo Social y Económico de enero pasado. Especialmente no lo era porque el contexto es muy adverso a los intereses de los trabajadores. Estamos sufriendo un duro ataque al Estado Social y Democrático de Derecho. Los grandes poderes económico-financieros llevan desde años presionando para modificar radicalmente nuestro Sistema de Seguridad Social, no es nada nuevo. Pero ahora esos poderes han redoblado sus ataques con la renovada da alianza del Banco Mundial, el FMI, la OCDE, y ahora, la Comisión Europea. Han redoblado los ataques porque en Europa no se han encontrado frente a un sujeto político lo bastante fuerte como para impulsar una salida a la crisis que fortalezca los derechos sociales y limite o elimine los poderes de las oligarquías dominantes. La reforma de la Seguridad Social española no era de tan urgente necesidad como para que tener que cerrarse en el mes de enero de 2011. Era una imposición de los especuladores internacionales, como la Ministra de Economía reconoció (había que dar confianza a los mercados), con un guión escrito por la Comisión Europea. En su Libro Verde de julio de 2010, siguiendo las pautas marcadas en 1994 por el Banco Mundial, viene a propugnar dar un gran protagonismo a los fondos de pensiones gestionados por entes privados, a pesar de reconocer sus enormes pérdidas. Su modelo es establecer un sistema en varios pilares, uno público y obligatorio que garantice una pensión mínima muy baja, otro (u otros) de fondos de pensiones profesionales y obligatorios, pero gestionados por entes privados y otros de fondos de pensiones voluntarios individuales y gestionados también por privados. El resto de la historia ya es conocida: se redobló el bombardeo mediático para aterrorizar a la población sobre el futuro de nuestra Seguridad Social, porque como los mismos operadores financieros han reconocido, un buen funcionamiento del Sistema de Seguridad no deja espacio a los fondos privados.
CCOO y UGT forzaron una negociación denostada por los economistas orgánicos de la banca y las grandes empresas y por las autoridades económicas de nuestro Gobierno que, al abominar de la concertación social, mostraban la cara autoritaria y antidemocrática de sus propuestas. Casi con toda seguridad, sin la huelga general de 29 de septiembre la reforma de la Seguridad Social se habría impuesto de forma unilateral en una línea más próxima a los designios del Libro Verde de la Comisión Europea. Si, como dicen algunos de sus críticos, los sindicatos confederales defendieran a los insiders les habría sido fácil aceptar las propuestas de la Comisión dando prioridad a los fondos de empleo. Pero no han hecho eso, han mediado tratando de defender los intereses del conjunto de los asalariados que solo a través de un sistema como el nuestro de reparto se pueden garantizar. Han defendido nuestro Sistema que en tantos sentidos es modélico y que bien harían otros países en imitar. Claro está que sin una izquierda política a escala europea los sindicatos nacionales, y en concreto los españoles, están como un boxeador al que atan un brazo. En estas condiciones es razonable que se sopesase mucho la decisión de convocar una nueva huelga porque tiene un coste, sobre todo para los trabajadores que la hacen en una situación de altas tasas de desempleo.
El Acuerdo tiene aspectos positivos, el más importante que no pone en cuestión el sistema de reparto actual. El Sistema se refuerza, además, por la integración en el régimen general de los trabajadores agrícolas por cuenta ajena y las trabajadoras (porque la mayoría son mujeres) del hasta ahora régimen especial de empleados de hogar. También es importante y positiva la subida de las bases de cotización en el régimen especial de trabajadores autónomos, o que se consideren cotizados los periodos dedicados al cuidado de hijos que provocaron abandono del trabajo o los periodos de becas de los jóvenes por los que no se cotizó. Tampoco conviene pasar por alto que el periodo de carencia de la pensión de jubilación siga siendo de 15 años, pues su subida (como estaba previsto) habría expulsado del brazo contributivo a los trabajadores con carreras de cotización más cortas. También se ha evitado que se impongan los 67 años como edad pensionable general ya que hay varias edades de jubilación a partir de los 61 años. Pero negar que se han endurecido los requisitos para alcanzar el cien por cien de la pensión sería negar la evidencia. Por eso los argumentos que criticaban las propuestas del gobierno siguen siendo válidos. El Sistema tiene buena salud, pero no puede aceptarse la idea de la contributividad entendida como que la prestación tenga que ser proporcional a lo aportado por el sujeto individual. Eso, por mucho que lo digan los economistas liberales, no tiene nada de equitativo. Es introducir ideas propias de la capitalización en un sistema de reparto. Las aportaciones al Sistema han de hacerse, como hasta ahora, básicamente con cuotas calculadas sobre los salarios, pero no hay que cerrar la puerta (como no lo hace el actual art. 86 LGSS) a ingresos procedentes de impuestos, preferiblemente con adscripción finalista a la Seguridad Social, lo que implica no renunciar a un sistema tributario progresivo como quiere la Constitución. Y en el corto plazo la lucha por no reducir los niveles salariales (que es lo que esconden las propuestas tramposas de ligar salarios y productividad) es de vital importancia porque, no solo afecta a las rentas salariales de cada trabajador individual, sino que, dado el sistema de cálculo de la base reguladora de la pensión de jubilación, afectará a la cuantía de esta última y, de paso, a los recursos de la Caja Común del Sistema.
CCOO y UGT son piezas esenciales de nuestra democracia. Lo avalan su historia y su presencia diaria en los centros de trabajo, y los trabajadores cada cuatro años de forma democrática lo valoran y les confieren la mayor representatividad haciéndoles superar los exigentes requisitos impuestos por la ley. Incluso la afiliación sindical no es tan baja como se dice (es más alta que en Francia, por ejemplo). Son, con enorme diferencia, las mayores organizaciones sociales de este país de tan poca cultura asociativa. Ni por su potente estructura organizativa, ni por la audiencia electoral tan extensa puede ponerse en cuestión su calidad representativa, como alguien en un evidente exceso ha llegado a hacer en estos días.
Los sindicatos, especialmente los más representativos, CCOO y UGT, son piezas esenciales de la democracia, como el art. 7 de la Constitución deja claro, porque sin ellos la democracia misma languidecería. Al no ser posible hoy una democracia directa, en las democracias representativas se abre una gran brecha entre representantes y representados, lo que da lugar, como decía N. Bobbio, a que sean poco representativas. Es necesario, por tanto, buscar vías para su mejora. La concertación social en la Europa posterior a la segunda guerra mundial ha sido una de ellas y en particular, en España. A través de los grandes sindicatos confederales se expresan y defienden intereses, no solo de los trabajadores afiliados, sino del conjunto de los asalariados en nuestra compleja sociedad pluriclasista. En el más noble sentido de la palabra los sindicatos confederales son sujetos políticos que, sin embargo, no aspiran a detentar el poder político. El Estado Social y Democrático de Derecho en que según el art. 1.1 de nuestra Constitución se constituye España no es posible sin ese papel de los sindicatos. Pero la Concertación social no supone el abandono del conflicto, como también la historia reciente de España enseña, es más, sin conflicto no es pensable la concertación.
Pero expresar esos amplios y grandes intereses de los asalariados (la inmensa mayoría de la población) no es tarea sencilla porque los sindicatos confederales deben proceder a una difícil tarea de mediación entre los múltiples intereses sectoriales o particulares (cuando no egoístas) de determinados grupos. Es falso presentar nuestra sociedad como una dividida de modo simplista entre insiders y outsiders en la que los sindicatos más representativos defienden a los insiders frente a los outsiders. La mera comparación con los sindicatos corporativos (pongamos el de controladores aéreos) es suficiente.
Mediar entre intereses complejos en asuntos trascendentales no es sencillo, como es el caso del Acuerdo Social y Económico de enero pasado. Especialmente no lo era porque el contexto es muy adverso a los intereses de los trabajadores. Estamos sufriendo un duro ataque al Estado Social y Democrático de Derecho. Los grandes poderes económico-financieros llevan desde años presionando para modificar radicalmente nuestro Sistema de Seguridad Social, no es nada nuevo. Pero ahora esos poderes han redoblado sus ataques con la renovada da alianza del Banco Mundial, el FMI, la OCDE, y ahora, la Comisión Europea. Han redoblado los ataques porque en Europa no se han encontrado frente a un sujeto político lo bastante fuerte como para impulsar una salida a la crisis que fortalezca los derechos sociales y limite o elimine los poderes de las oligarquías dominantes. La reforma de la Seguridad Social española no era de tan urgente necesidad como para que tener que cerrarse en el mes de enero de 2011. Era una imposición de los especuladores internacionales, como la Ministra de Economía reconoció (había que dar confianza a los mercados), con un guión escrito por la Comisión Europea. En su Libro Verde de julio de 2010, siguiendo las pautas marcadas en 1994 por el Banco Mundial, viene a propugnar dar un gran protagonismo a los fondos de pensiones gestionados por entes privados, a pesar de reconocer sus enormes pérdidas. Su modelo es establecer un sistema en varios pilares, uno público y obligatorio que garantice una pensión mínima muy baja, otro (u otros) de fondos de pensiones profesionales y obligatorios, pero gestionados por entes privados y otros de fondos de pensiones voluntarios individuales y gestionados también por privados. El resto de la historia ya es conocida: se redobló el bombardeo mediático para aterrorizar a la población sobre el futuro de nuestra Seguridad Social, porque como los mismos operadores financieros han reconocido, un buen funcionamiento del Sistema de Seguridad no deja espacio a los fondos privados.
CCOO y UGT forzaron una negociación denostada por los economistas orgánicos de la banca y las grandes empresas y por las autoridades económicas de nuestro Gobierno que, al abominar de la concertación social, mostraban la cara autoritaria y antidemocrática de sus propuestas. Casi con toda seguridad, sin la huelga general de 29 de septiembre la reforma de la Seguridad Social se habría impuesto de forma unilateral en una línea más próxima a los designios del Libro Verde de la Comisión Europea. Si, como dicen algunos de sus críticos, los sindicatos confederales defendieran a los insiders les habría sido fácil aceptar las propuestas de la Comisión dando prioridad a los fondos de empleo. Pero no han hecho eso, han mediado tratando de defender los intereses del conjunto de los asalariados que solo a través de un sistema como el nuestro de reparto se pueden garantizar. Han defendido nuestro Sistema que en tantos sentidos es modélico y que bien harían otros países en imitar. Claro está que sin una izquierda política a escala europea los sindicatos nacionales, y en concreto los españoles, están como un boxeador al que atan un brazo. En estas condiciones es razonable que se sopesase mucho la decisión de convocar una nueva huelga porque tiene un coste, sobre todo para los trabajadores que la hacen en una situación de altas tasas de desempleo.
El Acuerdo tiene aspectos positivos, el más importante que no pone en cuestión el sistema de reparto actual. El Sistema se refuerza, además, por la integración en el régimen general de los trabajadores agrícolas por cuenta ajena y las trabajadoras (porque la mayoría son mujeres) del hasta ahora régimen especial de empleados de hogar. También es importante y positiva la subida de las bases de cotización en el régimen especial de trabajadores autónomos, o que se consideren cotizados los periodos dedicados al cuidado de hijos que provocaron abandono del trabajo o los periodos de becas de los jóvenes por los que no se cotizó. Tampoco conviene pasar por alto que el periodo de carencia de la pensión de jubilación siga siendo de 15 años, pues su subida (como estaba previsto) habría expulsado del brazo contributivo a los trabajadores con carreras de cotización más cortas. También se ha evitado que se impongan los 67 años como edad pensionable general ya que hay varias edades de jubilación a partir de los 61 años. Pero negar que se han endurecido los requisitos para alcanzar el cien por cien de la pensión sería negar la evidencia. Por eso los argumentos que criticaban las propuestas del gobierno siguen siendo válidos. El Sistema tiene buena salud, pero no puede aceptarse la idea de la contributividad entendida como que la prestación tenga que ser proporcional a lo aportado por el sujeto individual. Eso, por mucho que lo digan los economistas liberales, no tiene nada de equitativo. Es introducir ideas propias de la capitalización en un sistema de reparto. Las aportaciones al Sistema han de hacerse, como hasta ahora, básicamente con cuotas calculadas sobre los salarios, pero no hay que cerrar la puerta (como no lo hace el actual art. 86 LGSS) a ingresos procedentes de impuestos, preferiblemente con adscripción finalista a la Seguridad Social, lo que implica no renunciar a un sistema tributario progresivo como quiere la Constitución. Y en el corto plazo la lucha por no reducir los niveles salariales (que es lo que esconden las propuestas tramposas de ligar salarios y productividad) es de vital importancia porque, no solo afecta a las rentas salariales de cada trabajador individual, sino que, dado el sistema de cálculo de la base reguladora de la pensión de jubilación, afectará a la cuantía de esta última y, de paso, a los recursos de la Caja Común del Sistema.
5 comentarios:
Brillante y claro. Magnífico el artículo.
Saludos
Carlos
Hacia tiempo que no leia una explicación y reflexión tan clara, concisa y entendedora. La pena es que en la sociedad actual la evidencia es ocultada bajo las carencias y los miedos. Demasiado culto a la individualidad y al sueño americano, cuando la realidad es otra bien distinta, sin la unión no hay la fuerza. Bien lo saben los poderosos que crean sus organismos, grupos y lobys. Sólo hay que mirar la historia, y las dudas y preguntas desparecen. La evolución sólo ha triunfado en lo material, pero el sistema de poderes y castas sigue siendo el de la época feudal.
Lo que algunas/os vemos negativo no es el "Acuerdo", no "criticamos" la "negociación" porque si es "uno" de sus funciones, negociar es efectivamente el "papel" sindical; pero, lo que "nos" deja en mala situación y lo que no quisiéramos oir decir a un sindicato "de clase", es defender el recorte de las pensiones como necesario para "poder salvarlo". La razón es que esto supone aceptar "la mayor", que es "necesaria" la contrareforma de las pensiones. De esta forma, por un lado, se descalifica al sindicato del año pasado que lo negaba y, por otro peor, supone aceptar la "super mayor" neoliberal, que hay que resignarse a que "los incrementos de productividad" vayan a mantener la "tasa de beneficios" (algo insostenible sin llevar al extremo la dualización ya creciente en nuestras sociedades con un capital financiera cinco veces superior al dedicado a la producción y que tiene que obtener en ultima instancia de esa economía "real" su tasa de ganancia").
Las pensiones tal y como estaban, o como en otros paises de nuestro "entorno" estan, financiadas del Presupuesto General, "solo" son inviales en caso de que sigamos bajando "el ingreso" y se equilibre el "deficit" "reduciendo el gasto". Esto es lo que en verdad haría falta para "poner en peligro el "sistema" de pensiones (que ha tenido un superavit de 2000 millones en "plena Crisis" -o expolio-): que no suban los salarios y en especial el mínimo, que no disminuya el paro ni aumente la tasa de empleo femenino; que no disminuya el trabajo en negro (1 millon de no-cotizantes y 250 mil milones de euros de "facturación"); que no acortemos la diferencia de gasto social con europa (en concreto en pensiones un 9% de PIB en España y un 12% de PIB en Francia); que no repunte la actividad económica y vuelva a crecer la inmigración...
Y, por supuesto, que no recuperemos tampoco impuestos (¡Anatema!) rebajados a los que más tienen (haciendo el sistema no solo menos "redistributivo", sino tambien insuficiente. Se sigue así la doctrina radical del neoliberalismo de "adelgazar el Estado" y se impide la posibilidad de poder inyectar dinero de Presupuestos si fuera preciso). Tampoco podemos (al parecer de alguno) dejar de premiar fiscalmente los fondos privados (los que SI tienen pérdidas muy considerables y rentabilidad negativa), y que, además, son el origen de la financiarización de la económia y conforman buena parte de esos "Mercados" que tanto presionan... para conseguir más interés por el dinero (vía "seguros de riesgo") que antes prestaban a bajo interés para activar el sobreconsumo -aportando beneficios a la "economía productiva" que poder "absorver" despues vía "financiera" mediante el credito- pero con precios sobre-elevados.
Los sindicatos firmantes, lo que SI podían decir es que han "negociado" sobre la tabla reivindicativa de la patronal, no con la suya (como han dicho), y han "parado" lo que han podido -en la actual coyuntura de debilidad organizativa y subjetiva de la "clase" a la que "representan"- pueden reconocer que lo han hecho desde la debilidad de un 20% de trabajadoras/es afiliados a algún sindicato ( 1,2 millones de CCOO), con trabajadoras/es precarizados y, en un 90%, en pequeñas empresas; que lo han hecho con una "clase política" y medios de comunicación presionando en favor del interes del "enemigo de clase", y defendiendo el pensionazo, además de con la sociedad desmovilizada y acostumbrada a los mensajes de 59 segundos...
Podríamos discutir, matizar estos últimos aspectos y sacar enseñanzas de futuro y, pactar diferencias y encuentros desde esa base (¿porque no se puede movilizar y negociar al tiempo?... como se hace siempre).
... asigue en siguiente post
Pero, hacer del pacto virtud, y defender la necesidad de recortar las pensiones "para salvarlas", es un error que divide a la "clase" de sus sindicatos y, lo que es peor, desmoraliza a los que sufriran las consecuencias y los aleja del sindicalismo y de las alternativas. Porque ese mensaje de que eran "necesarias" las reformas y estas son "buenas", más radical incluso que el "se ha pactado porque era lo que había que hacer para salvar el sistema" (que admite "interpretaciones", ¿tan claro esta que no se puede -"cuando llegue la ocasión", si llega el caso y no inmigrantes cotizantes- introducir ingresos del Presupuesto, y pasar del 9% de PIB al 12% como Francia?,... a todas/os nos gusta que el Sistema de Pensiones sea "nuestro" y no depender ni del patron ni del gobierno, pero no deja de ser un corse que deberíamos poder aflojar. Toledo tiene cuestas muy empinadas, pero tambien bajadas en las que puedes "caer cuesta abajo y de rodada" (que decía el tango); en cambio tiene una esplendida y fertil llanura a sus pies que cultivar.
Sin defender el resultado de la negociación -más que como "mal menor"- tambien evitaríamos el riesgo de dejar a los que piensan y pensamos lo que los mismos sindicatos decían poco tiempo antes, en una especie de forzada confrontación, desde el momento que tienen o tenemos que seguir denunciando la concepción neoliberal de todos estos "recortes" sobre el gasto, mientras que al tiempo los gobiernos siguen recortando el ingreso. No podemos dejar de pensar que lo que tienen que seguir haciendo los sindicatos, es negar la mayor neoliberal, denunciar que estas reformas/recortes se hacen en base a medidas recesivas que disminuyen la actividad económica (coeficiente de caja más alto = a menos credito, menos gasto es menos actividad económica, menos salarios directos o indirectos es menor consumo y empleo; esto es, recortar ingresos a los que consumen necesariamente toda su renta (congelación pensiones, salario mínimo a la mitad de Irlanda, gasto público recortado,...) al tiempo se disminuyen ingresos (menos cotizantes por la "baja" actividad económica y el trabajo "en negro", se quitan impuestos como patrimonio y los tramos altos del IRPF, se congela el crédito a PYMES y particulares, etc.) solo conduce a destruir capital social (insuficiente) en lugar de a destruir capital financiero excedentario. TODOAs estas "reformas" son recortes "ideológicos", no son necesarios solo oxigeno para el enfermo terminal financiero aquejado de "crisis sistémica". Defender como`positivo" el acuerdo es defender intereses del "enemigo de clase", y por supuesto ideas impuestas por el sistema mediático, que tiene el control hegemónico del pensamiento mayoritario.
Se puede y debe negociar (aunque no "solo"), lo que no se puede es capitular y dar por bueno el mensaje "thacheriano" de no hay alternativa y que "las reformas son necesarias". Lo que supone además, de hecho, admitir como necesario recortar el salario diferido que son las pensiones, es adnitir que se considera que el reparto de los incrementos de productividad continuaran siendo para el capital y, que la línea ascendente continua de la participación del capital en el PIB seguira siendo ascendente, mientras que la de las rentas del trabajo continuara descendiendo, ... junto a los impuestos de los más ricos, como "es natural" que cantaba Brassens.
(disculpa por el exceso de entrecomillado", son formas de abreviar y sugerir, que espero compartidas de la cultura de un "bobiano").
Estoy de cauerdo con lo escrito por antonio Arnau y añado lo escrito por Antonio Gramsci sobre el mal menor:
“El concepto de mal menor es uno de los más relativos. Enfrentados a un peligro mayor que el que antes era mayor, hay siempre un mal que es todavía menor aunque sea mayor que el que antes era menor. Todo mal mayor se hace menor en relación con otro que es aún mayor, y así hasta el infinito. No se trata, pues, de otra cosa que de la forma que asume el proceso de adaptación a un movimiento regresivo, cuya evolución está dirigida por una fuerza eficiente, mientras que la fuerza antitética está resuelta a capitular progresivamente, a trechos cortos, y no de golpe, lo que contribuiría, por efecto psicológico condensado, a dar a luz a una fuerza contracorriente activa o, si ésta ya existiese, a reforzarla.” [Quaderno, 16 (XXII)]
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