Joaquín Aparicio Tovar
A
esta huelga hay que ir por necesidad. Hay un malestar generalizado por la
actual situación pero la mayoría de la población no ve una alternativa, lo que
es un buen caldo de cultivo para el fomento de las peores pasiones de los seres
humanos hábilmente estimuladas por quienes han provocado esta situación, los
detentadores del poder económico transnacional, a través, entre otros
instrumentos, de sus huestes mediáticas.
La historia nos muestra que en
situaciones parecidas estas manipulaciones trajeron el fascismo. Hoy
asistimos a la intoxicación del virus de la antipolítica, que no es otra cosa
que expandir la enfermedad del autoritarismo antidemocrático. Un ejemplo
nos lo ha dado un personaje de zarzuela de la derecha española, que en sí mismo
sería irrelevante si no fuera porque expresa el persistente modo de ver el
mundo del pensamiento reaccionario propio de la clase acomodada española ahora
muy en sintonía con el neoliberalismo. Ese personaje ha llegado a decir que los
sindicatos no están legitimados para cuestionar con medidas de acción como la
huelga la política económica dictada por las élites del dinero. Critican que
otros que no son ellos hagan otra política y de una forma diferente. Son los
políticos de la derecha que claman contra “la política”. Es un flagrante
ejemplo de pensamiento autoritario protofascista porque, precisamente, se
produce cuando el partido gobernante hace una política clamorosamente distinta
a la que sostuvo en su programa electoral. En estas condiciones la huelga
es una necesidad porque es una forma de corregir la viciosa política dominante
de “no hay alternativa” en un impulso de revitalización democrática.
Es
una forma de que los trabajadores defiendan la dignidad que la reforma
contralaboral les expropia al dar a los empresarios un poder tan
extraordinario que convierte a la empresa en un territorio de autoritarismo
patronal. Es una forma de luchar por el pleno empleo para que los trabajadores sean
ciudadanos con derechos y no seres aterrorizados por la amenaza de desempleo.
Es una forma de que los estudiantes y los enseñantes digan no a la destrucción
de la enseñanza pública y de calidad que traerá más ignorancia, desigualdad y
pobreza. Es una forma de que los trabajadores de la sanidad se rebelen contra
la explotación mercantil de su trabajo, un trabajo que no se compensa con los
salarios (más bien exiguos), sino con la satisfacción profesional de saber que
está dirigido a la mejora de los pacientes, no de los bolsillos de unos
accionistas que se enriquecen haciendo a la salud objeto de tráfico comercial.
Es una necesidad, en fin, para la construcción de una sociedad en la que, a
diferencia de lo que está ocurriendo hoy, las desigualdades y la libertad sean
reales para poder ofrecer a la mayoría de sus miembros un presente y un futuro
en el disfrute de los derechos y de los bienes que hagan posible el desarrollo
de la personalidad.
Es
necesaria porque cuando las instituciones representativas del Estado actúan a
favor, no de la mayoría de los ciudadanos, sino de una minoría oligárquica que
detenta el poder económico, en especial el financiero (ahí están los
desahucios), son los ciudadanos los que tienen que ir a la acción paralizando
la actividad productiva y el consumo para exigir otra política. El cambio
de política es posible, solo hace falta la fuerza de la unión de la inmensa
mayoría de las personas dañadas en esta guerra de clases que los poderosos han
desencadenado con ellas para acabar en Europa con una de las mejores herencias
del siglo XX: El Estado Social y Democrático de Derecho. Esta huelga, en
concreto, no gusta a las clases dirigentes porque, por primera vez, no se
circunscribe al ámbito español, sino que, recuperando una vieja tradición del
movimiento obrero, es una respuesta supranacional europea a la
transnacionalidad del capital marcando un camino a seguir.
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