Joaquín
Aparicio Tovar
No es
frecuente, aunque casos “haberlos hay los”, que los tribunales en sus
sentencias hablen a los justiciables, esto es, al común de los mortales, con un
lenguaje preciso, claro, elegante y a la vez con excelente rigor técnico. La Sentencia de 7 de julio
de la Audiencia
Nacional sobre el asunto de las manifestaciones en torno al
Parlament de Catalunya lo ha hecho de manera excepcional. En su fallo absuelve
a la gran mayoría de los imputados de los delitos de los que estaban acusados.
Los cuidados comentarios que ya se han hecho, como el de Antonio Baylos[1], al que es obligado
remitirse, excusan volver a insistir en algunos de sus aspectos. A lo que aquí
conviene basta señalar que en la sentencia se pueden destacar dos partes, tan
elaborada una como la otra. En la primera se hace un pormenorizado análisis de
la prueba que trae como consecuencia la anulación de las pruebas
incriminatorias para la casi totalidad de los acusados. En la otra se hace una
magnífica reflexión sobre los derechos fundamentales de manifestación y
libertad de expresión dentro del orden constitucional en una sociedad democrática,
que tiene entre sus valores superiores al pluralismo político, la libertad, la
igualdad y la justicia. Ambas partes están íntimamente ligadas.
Era previsible
que la derecha española, cada vez más montaraz, y su jauría mediática saliese
en tromba contra el fallo absolutorio, pero llama la atención que un otrora
prestigioso diario, hoy sedicente “diario global”, haya caído hasta casi el
insulto (“delirante”) para pasar a la amenaza de sainete (“por ahí no se puede
pasar”). Cabe preguntarse sobre las covachuelas en las que se destilan tales
delirios de grandeza y donde salen esos poderes de pontificar en términos tan
groseros que tal diario se autoatribuye. También es llamativo que en apoyo de
sus descalificaciones haya seleccionado opiniones de reputados juristas, entre
ellas la del prestigioso fiscal Mena quien, con una mentalidad que podríamos
decir burocrática, viene a decir que, una vez comprobada la inconsistencia de
la prueba, no tiene ningún sentido que el ponente se haya metido “en ese
jardín”, es decir, en el razonamiento sobre los derechos.
Las
democracias representativas, en general, tienen el gran problema, como ya
señaló Bobbio, de que son poco representativas y por ello es necesario que los
procesos de toma de decisiones mejoren los canales de representación si se
tiene algún respeto al principio democrático. La concertación social, por
ejemplo, ha sido uno de ellos en Europa. En España ese problema es todavía más
agudo porque en la
Constitución los mecanismos de participación popular, a diferencia
de otros países europeos, están en la práctica cegados. La iniciativa
legislativa popular queda en manos de la mayoría parlamentaria y no existe el
referéndum vinculante sobre materias concretas que puedan preocupar a la
ciudadanía, como fue el caso del agua en Italia en donde un referéndum prohibió
su privatización. A ello hay que sumar que las malas prácticas de los
partidos mayoritarios, y una turbia campaña de los medios de comunicación
dominantes, han dado lugar a un creciente alejamiento de los ciudadanos de las
instituciones políticas.
Pero junto a
esas sombras nuestra Constitución también tiene luces. Los derechos son la luz
de la Constitución ,
como dijera Capella. Una luz que ahora, con las políticas que se aplican con
todo rigor, se está apagando y frente a ese estado de cosas es sano, en una
sociedad democrática, que los ciudadanos se hagan oír. Para eso están los
derechos de libertad de expresión, reunión y manifestación, que son, como el
derecho de huelga, derechos de participación en la vida política. Derechos, por
cierto, que también ahora se pretende dejar reducidos a una pequeña
candelita. Ahí están las manifestaciones del ministro Fernández, el de
Interior, sobre la llamada Ley de Seguridad Ciudadana. Dejemos hablar a la
sentencia: “La libertad de expresión y el derecho de reunión y manifestación,
íntimamente vinculados como cauces de la democracia participativa, gozan de una
posición preferente en el orden constitucional, por lo que han de ser objeto de
una especial protección y necesitan “de un amplio espacio exento de coacción,
lo suficientemente generoso como para que pueda desenvolverse sin angostura;
esto es, sin timidez ni temor” (STc 110/2000, Fj 5) […] Cuando los
cauces de expresión y de acceso al espacio público se encuentran controlados
por medios de comunicación privados, cuando sectores de la sociedad tienen una
gran dificultad para hacerse oír para intervenir en el debate político y
social, resulta obligado admitir cierto exceso en el ejercicio de las
libertades de expresión o manifestación si se quiere dotar de un mínimo de
eficacia a la protesta y a la crítica, como mecanismos de imprescindible
contrapeso en una democracia que se sustenta sobre el pluralismo, valor
esencial, y que promueve la libre igualdad de personas y grupos para que los
derechos sean reales y efectivos, como enuncia la Constitución en su
título preliminar.”
Este es el
jardín al que nos quiere llevar la sentencia, el jardín de los derechos. El
jardín ha sido visto en las culturas que han conformado nuestra civilización
como un lugar utópico unido a la idea de paraíso. El Jardín era el nombre que
Epicuro eligió para la escuela que fundó en unos tiempos, como estos, de
crisis, de crisis total de la polis.
Allí, como nos dice E. Lledó, “Epicuro había hecho frente a uno de los ejes
sobre el que tantas veces gira la ideología del poder, y que deja al
descubierto ese dualismo que permite practicar lo contrario de lo que, en
teoría, defiende”. Por eso fue atacado y por algo muy parecido está siendo
atacada esta sentencia por aquellos a los que se les llena la boca de la
palabra constitución reducida a hueca retórica sin contenido. Esta sentencia
está por el contrario llena de contenido y por eso debería ser leída en los
lugares de trabajo, mercados, plazas, centros de enseñanza, tabernas y allí
donde se junten más de cuatro personas para contribuir a que toda la ciudadanía
entre en el jardín de los derechos para su goce, cada vez más reservado a una
minoría privilegiada.
1 comentario:
Pues la derecha será todo lo montaraz que usted quiera, pero los que asaltaron el Parlament de Catalunya lo ASALTARON, así como suena, lo que a mí, ciudadano a quien le repugnan los partidos y las ideologías, pero que respeta las leyes, le parece inadmisible, por muy elaborada y florida que sea la sentencia absolutoria. Palabras, palabras, palabras...que defienden lo indefendible. En fin, habrá quien acuda a comer a este abrevadero. Yo no vuelvo a leerle a usted, me recuerda a los que aplaudieron la guillotina y acabaron guillotinados.
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