De lectura obligatoria es el texto de López
Bulla “El estratego y el pitufo gruñón” (lopezbulla.blogspot.com.es ) que da buenas enseñanzas sobre la derrota de la Europa social en el caso
griego. Para echar más luz cómo funciona el Eurogrupo y ver a las
claras su falta de legitimidad es muy conveniente también leer estas
declaraciones del Varoufakis. Buena lectura y que el coraje que produce
sea canalizado de la mejor manera.
Pregunta: ¿Qué tal
está después de dimitir?
Respuesta: Me encuentro muy bien, sin esa vida enloquecida,
absolutamente inhumana, durmiendo dos horas al día durante cinco meses, con la
presión de negociar una postura que me resultaba difícil de defender. Había
muchas cosas interesantes, pero también, al estar dentro, se confirmaron mis
peores temores. La total falta de escrúpulos democráticos de los supuestos
defensores de la democracia europea. Saber que nuestro análisis y el de ellos
era el mismo y que, al mismo tiempo, nos miraban de frente y nos decían: ‘Tenéis
razón, pero os vamos a aplastar de todas formas’.
P. Usted ha dicho que los acreedores no le soportaban
“porque en el eurogrupo intento hablar de economía, que es algo que no hace
nadie”.
R. No es que sentara mal, es que se negaban por
completo a debatir argumentos económicos. Era plantear un argumento que te
habías preparado mucho para asegurar su coherencia lógica y encontrarte con
miradas en blanco. Como si no hubieras hablado. Y eso resulta llamativo para
alguien acostumbrado al debate académico, en el que la otra parte siempre
responde.
P. Cuando llegó usted, a principios de febrero, no
habría una postura unificada...
R. Había varios que simpatizaban con nosotros a nivel
personal, a puerta cerrada, sobre todo representantes del FMI. Pero dentro del
eurogrupo, aparte de unas cuantas palabras amables, nada. [El ministro alemán
de Finanzas, Wolfang] Schäuble siempre mantuvo la misma actitud: ‘El programa
no se discute, porque el gobierno anterior lo aceptó y no vamos a cambiar por
una elección. Con 19 países, siempre hay alguna elección pendiente y, si cada
vez cambiáramos las cosas, los contratos entre nosotros no tendrían ningún
valor’. Entonces tuve que responder que quizá no habría que celebrar elecciones
en los países endeudados, y nadie me respondió, un silencio que solo puedo
interpretar como que les parecía buena idea pero difícil de llevar a la
práctica. Así que el que no firmara se quedaría fuera.
R. No tenía ninguna relación con ella, porque los
ministros de Finanzas hablan con sus homólogos, y el primer ministro es el que
habla con la canciller. Me da la impresión de que ella era muy distinta.
Intentaba tranquilizar a Tsipras, mientras que yo no oía nada similar ni del
jefe del eurogrupo ni de Schäuble, que eran mucho más tajantes. Desde el
principio [a principios de febrero].
P. ¿Y entonces por qué aguantó hasta el verano?
R. Porque no tenía alternativa. Nuestro Gobierno
tenía el encargo de negociar, de crear el espacio y el tiempo para llegar a un acuerdo. No de pelearnos con los acreedores...
La negociación fue interminable porque la otra parte se negaba a hacer
concesiones. Insistían en un acuerdo global, es decir, en hablar de todo, que,
en mi opinión, equivale a no querer hablar de nada. No hacían ninguna
propuesta. Por ejemplo, con el IVA. Después de pedirnos que les diéramos todos
los datos de las empresas estatales, que rellenáramos infinitos cuestionarios y
presentáramos nuestras ideas, antes de poder negociar un acuerdo, cambiaban de
tema y empezaban a hablar, por ejemplo, de privatizaciones. Les presentábamos
nuestra propuesta, la rechazaban y pasaban a hablar de las pensiones, o del
mercado de trabajo, y así sucesivamente.
Yo pensé desde
el principio que nuestro país estaba muy mal, que sin duda debíamos implantar
reformas. Como era urgente y había muchas presiones, le decía todo el tiempo a
la troika que nos pusiéramos de acuerdo en tres o cuatro reformas importantes e
inmediatas para que el BCE relajara las restricciones de dinero. Entonces
aprobaríamos las reformas en el Parlamento y seguiríamos negociando. Pero ellos
querían todo desde el primer momento. Dijeron que, si aprobábamos cualquier
ley, lo considerarían una acción hostil y filtrarían a la prensa que estábamos
haciéndoles perder tiempo. Era una auténtica trampa. Hasta que el FMI, cuando
estábamos ya casi sin dinero, presentó unas reformas que eran imposibles de
aceptar.
R. No, porque dejaron muy claro desde el principio
que era nuestros peores enemigos, sobre todo si lográbamos un acuerdo más
favorable para Grecia que les dejara en mal lugar ante sus propios ciudadanos.
P. ¿Y con partidos simpatizantes, como Podemos?
R. La verdad es que no. Siempre hemos tenido buena
relación con ellos, pero no podían hacer nada, no tenían voz en el eurogrupo y,
de hecho, cuanto más hablaban en favor de nosotros, más hostil se mostraba el
ministro de Economía español.
P. ¿Cuál es el mayor fallo del funcionamiento del
eurogrupo?
R. El problema es que es un grupo sin existencia
legalmente reconocida, sin un tratado que lo sustente, pero con el máximo poder
para decidir sobre las vidas de los europeos. No responde ante nadie, no hay
actas de las reuniones, y es confidencial. De modo que ningún ciudadano se
entera nunca de lo que se discute. A pesar de que son decisiones casi de vida o
muerte.
P. ¿Y el grupo está controlado por las actitudes
alemanas?
R. No por las actitudes, sino por el ministro de
Finanzas de Alemania. Es una orquesta muy afinada, dirigida por él. A veces, la
orquesta desafina, pero él se encarga de que vuelva al redil.
P. ¿No hay ningún poder alternativo, por ejemplo el
francés?
R. El ministro francés es el único que se ha apartado
de la línea alemana, pero de forma muy sutil, con lenguaje juicioso y sin
oponerse del todo. Y al final, cuando Schäuble reaccionaba y marcaba la postura
oficial, el ministro francés siempre acababa por aceptarla.
P. En su ensayo de 2013 sobre Marx decía que una
salida de Grecia, Portugal o Italia de la eurozona produciría la fragmentación
del capitalismo europeo, e insinuaba que esa situación no beneficiaría a la
izquierda progresista sino más bien a los nazis de Amanecer Dorado, los
diversos neofascistas y xenófobos europeos. ¿Sigue pensando que un Grexit ayudaría sin remedio a Amanecer
Dorado?
R. No me gustan las versiones deterministas de la
historia. Syriza se ha convertido en una fuerza muy dominante. Si
consiguiéramos arreglar la situación y tener una salida [del euro] digna, el
resultado podría ser otro. Pero dudo de que seamos capaces, porque para gestionar
el desplome de una unión monetaria hace falta mucha pericia, y no estoy seguro
de que en Grecia la tengamos sin ayuda externa
P. La idea de la salida debe de haberle rondado desde
el primer día...
R. Por supuesto.
P. ¿Se prepararon para ello?
R. Sí y no. Teníamos un pequeño grupo, un gabinete de
guerra dentro del ministerio, unas cinco personas para preparar sobre el papel
todo lo que habría que hacer. Pero una cosa es hacerlo en teoría y otra
preparar al país.
P. Y en sus últimas semanas, ¿sintió que se dirigían
hacia esa decisión?
R. Mi opinión era que debíamos tener mucho cuidado
para no activarla. No quería que se convirtiera en una profecía autocumplida.
Pero también pensaba que, en cuanto el eurogrupo cerrase los bancos, deberíamos
impulsar el proceso.
P. Es decir, había dos opciones, una salida inmediata
o imprimir pagarés y hacerse con el control del Banco de Grecia, que quizá
podría haber precipitado la salida.
R. Claro, nunca pensé que debíamos abandonar
directamente la moneda. Mi postura era que, si cerraban los bancos, que era una
medida increíblemente fuerte y agresiva, deberíamos responder en la misma
medida pero sin cruzar el punto de no retorno. Deberíamos emitir nuestros
propios pagarés o anunciar la emisión de nuestra propia liquidez en euros,
recortar los bonos griegos de 2012 que tenía el BCE o al menos anunciar nuestra
intención de hacerlo, y hacernos con el control del Banco de Grecia. Eran mis
tres medidas en caso de que el BCE cerrase nuestros bancos.
Advertí a mis
colegas de que iba a pasar, para obligarnos a aceptar un acuerdo humillante.
Pero, cuando llegó el momento --ante la incredulidad de muchos de ellos--, mi
propuesta fue rechazada. Solo me apoyó otro ministro. Me ordenaron cerrar los
bancos de acuerdo con el BCE y el Banco de Grecia y, aunque estaba en contra,
lo hice porque acepto las decisiones colectivas.
Entonces se celebró el referéndum, que nos dio nuevo impulso y nos
habría permitido tomar esas medidas, pero esa misma noche el gobierno decidió
que el restallante No del pueblo no iba a dinamizar nuestra respuesta, sino que
iba a servir para hacer concesiones importantes: nuestro primer ministro se
reuniría con los líderes políticos e iba a aceptar que, ocurriera lo que
ocurriera, nunca nos mostraríamos agresivos. En definitiva, nos habíamos
rendido. Dejamos de negociar.
P. Cambiando de tema, ¿puede usted explicar en
términos sencillos sus objeciones al Capitalde
Piketty?
R. Antes que nada, me da mucha vergüenza, porque
Piketty nos ha dado a mí y al Gobierno un apoyo extraordinario, y yo hice una
crítica horrible de su libro. Le agradezco mucho su postura de los últimos
meses. Pero mis críticas siguen siendo válidas. Tiene razón en sus sentimientos
sobre las desigualdades pero su análisis está equivocado.
P. ¿El problema está en su forma de medir la riqueza?
R. Sí, utiliza una definición de capital que hace que
el capital sea imposible de comprender; es una contradicción.
R. Le conozco desde finales de 2010; en esa época yo
era un destacado crítico del gobierno, pese a haberlo apoyado anteriormente.
Tenía amistad con la familia Papandreu --sigo teniéndola--, pero llamó la
atención que un antiguo asesor dijera que estábamos negando la existencia de la
bancarrota y tratando de ocultarla con nuevos préstamos insostenibles. Tsipras
era un líder muy joven que quería entender lo que estaba pasando y construir su
posición.
P. ¿Recuerda su primer encuentro?
R. Sí. A finales de 2010, en una cafetería. Estábamos
tres, y recuerdo que no tenía muy clara su opinión sobre el dracma frente al
euro, las causas de la crisis, y yo en cambio tenía opiniones muy firmes.
Iniciamos un diálogo que se prolongó durante años, y creo que pude influir en
su posición.
P. ¿Qué siente ahora, después de cuatro años y medio,
al no estar ya a su lado?
R. No lo siento así, seguimos estando muy próximos.
Ha sido una despedida muy amistosa. Nunca tuvimos un conflicto entre nosotros.
Y también tengo muy buena relación con Euclides Tsakalotos [el nuevo ministro
de Finanzas].
P. ¿Ha hablado con ellos esta semana?
R. Con Tsipras no, pero con Euclides sí, es un buen
amigo, y no envidio en absoluto su situación [risa irónica].
P. ¿Le sorprendería que dimitiera Tsipras?
R. Ya no me sorprende nada, nuestra eurozona es un
lugar incómodo para las personas decentes. Tampoco me sorprendería que se quede
y acepte un pésimo acuerdo. Comprendo que se siente obligado con los que nos
han apoyado y no quiere que nuestro país se convierta en un Estado fallido.
Pero no voy a cambiar mi opinión, la misma desde 2010, de que Grecia debe dejar
de aplazar y fingir, debemos dejar de pedir nuevos préstamos y fingir que hemos
resuelto el problema, cuando no es verdad; cuando nuestra deuda es todavía
menos sostenible con nuevas medidas de austeridad que hunden aún más la
economía y el peso recae cada vez más sobre los que no tienen nada, con la
inevitable crisis humanitaria. No estoy dispuesto a aceptarlo. Que no cuenten
conmigo.
Esta
entrevista apareció por primera vez en www.newstatesman.com
Traducción de
María Luisa Rodríguez Tapia
No hay comentarios:
Publicar un comentario