Hoy, domingo 4 de diciembre se está
celebrando un referéndum en Italia en el que los votantes han de pronunciarse
sobre importantes reformas de la Constitución. El primer ministro, Renzi, que
impulsa esas reformas, ha dicho que dimitirá si vence el NO. Los medios de
comunicación informan que las encuestas apuntan a una victoria del NO, en una
estrategia (según autorizadas opiniones) para que salga el SI, que es lo más
probable que al final ocurra.
Los medios de comunicación españoles
dominantes afirman que si vence el NO la Unión Europea está en peligro, que se
abrirá un periodo de inestabilidad en Italia con repercusión en todo el
continente, que la prima de riesgo italiana se disparará, que el débil
crecimiento se hará todavía más débil, lo que repercutirá en la delicada
situación de algunos de los más importantes bancos italianos, como el Monte de
Paschi di Siena, arrastrándolos a una caída que, a su vez, se puede
llevar por delante al enfermo Deutsche Bank y con ello al euro. Todo ello porque
“los mercados” reaccionarán mal ante el panorama de inestabilidad política que
se creará.
Ese escenario apocalíptico en gran medida
se produciría, según esos medios, porque los que piden el no son la
amalgama de los xenófobos de la Liga Norte, los berlusconianos, los del
Movimiento 5 Estrellas, los resentidos del Partido Democrático del primer
ministro, la CGIL, que es el más importante sindicato del país, todos ellos
metidos en el saco del “populismo”, aunque sea ocasional. Tampoco en Italia los
medios dominantes favorecen que haya un fluido debate de ideas sobre lo que
exactamente se le ha pedido a la gente que se pronuncie, esto es, la reforma de
la Constitución. Parece que lo que se está planteando es una especie de
plebiscito en torno a la figura de Renzi que es presentado como promotor de
“reformas” que harán posible la modernización de Italia mandando al chatarreo
instituciones que considera envejecidas, como muy bien explicó en su blog
Antonio Baylos. En que dirección quiere hacerse esa modernización y a
quienes quiere favorecer es lo que queda en la sombra, pero ya se ha visto
bastante cuando con una ley, que tiene el ridículo nombre de Job Act,
se ha aumentado el poder de los empresarios, disminuido los derechos de los
trabajadores eliminado garantías contra el despido injusto y trata de debilitar
a los sindicatos para abaratar salarios. Reformas que precisamente son
las que están alejando a importantes capas de las clases trabajadoras del
interés por la política y del proyecto de integración europeo para echarlas en
brazos de la extrema derecha.
La reforma constitucional está poco y mal
explicada, en parte porque es una reforma confusa, técnicamente mal hecha, un
“pastiche” que no es fácil de justificar ni por quienes le propugnan. Sus
defensores dicen que pretende simplificar el procedimiento legislativo
limitando el papel del senado, cuando en realidad complica y llena de
incertidumbres dicho procedimiento. Es una reforma que da más poder al
ejecutivo que tendrá un fuerte dominio del funcionamiento del legislativo y
dificultará ser sometido a su control. Es una reforma en la que pierde la
democracia y gana el autoritarismo en nombre de la gobernabilidad. Llama la
atención que los medios de comunicación españoles presenten a los defensores
del NO como una banda heterogénea a la que solo une el ansia echar a Renzi,
cuando quien vinculó el triunfo del No con su renuncia fue él mismo sin que
nadie se lo pidiera, en una operación de mesianismo (eso si que es populismo)
del tipo “o yo o el caos”. Ignoran esos medios que prestigiosos intelectuales y
grandes juristas como Zagrebelsky (ex magistrado del Tribunal Constitucional),
Romagnoli, Ferrajoli o Rodotá se han pronunciado y han hecho activa campaña en
contra de esta reforma sin que se pueda decir de ellos que tienen oscuras
aspiraciones de poder, simplemente consideran que es un atropello a los valores
democráticos que traerá mayores males que los que se pretende evitar.
Hoy también hay elecciones en Austria, en
donde la mera posibilidad de que un criptonazi pueda ser presidente ya es un
síntoma de la crisis por la que pasa la Unión Europea que está obligada, si
queremos que sobreviva, a una refundación sobre la base del reconocimiento y
defensa de los derechos sociales y los valores democráticos que fueron los que
aglutinaron a los trabajadores europeos hasta conseguir la derrota de los
fascismos. Esa refundación no la pueden hacer los actuales dirigentes que ya
han mostrado que intereses defienden y que procedimientos utilizan para el
ejercicio del poder.
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