Umberto Eco, en un memorable ensayo
titulado El fascismo eterno[1], escribió: “si
bien los regímenes políticos pueden ser derrocados, y las ideologías criticadas
y deslegitimadas, detrás de un régimen y su ideología hay siempre un modo de
pensar y de sentir, una serie de atributos culturales, una nebulosa de
instintos oscuros y de insondables pulsiones”. “Los hábitos lingüísticos,
añade, son con frecuencia síntomas importantes de sentimientos no expresados” .
La nebulosa de instintos oscuros y de atributos culturales que nutría al
franquismo está enquistada en las entrañas del PP y de continuo se manifiesta
en las actuaciones tanto de sus altos dirigentes como de modestos cargos o
simples afiliados. La mentira como práctica sistemática de la acción política,
la defensa a ultranza de “los suyos”, ya sean un rector plagiador, un corrupto,
un militar acosador o un ministro cuya incompetente actuación lleva a la muerte
a un elevado número de militares, y la negación de los crímenes del franquismo
para “no reabrir heridas” son solo algunos ejemplos de ello.
El franquismo fue un régimen que se
asentó, tal y como los militares golpistas del 1936 tenían planeado, sobre el
terror y la violencia extrema, de tal modo que socializó el miedo en toda
España. Pero esa violencia no acabó en 1975 con la muerte del dictador, sino
que durante todo el periodo de la transición pistoleros fascistas, apoyados por
algunos aparatos del Estado y fuerzas económicas y políticas reaccionarias,
siguieron sembrando el terror. María Luz Nájera, Arturo Ruiz, Yolanda González,
fueron victimas, entre tantas otras, de aquellos desalmados por luchar en pos
de las libertades y la igualdad. Entre aquellas victimas están los abogados de
Atocha asesinados un 24 de enero hace 40 años. Eran militantes de Comisiones
Obreras y del PCE, las organizaciones más importantes en la lucha contra la
dictadora franquista y por los derechos de los trabajadores y por ello su
asesinato. No se esclarecieron nunca las conexiones de los asesinos con las
tramas del terrorismo fascista internacional ni con los poderes facticos
españoles. Alguno de ellos, Lerdo de Tejada, de familia acomodada, merced a un
permiso del juez de vigilancia penitenciaria huyó al extranjero y no compareció
en el juicio.
La memoria de este crimen sigue siendo
incómoda para el PP. Según ha dado cuenta Antonio Baylos (http://baylos.blogspot.com.es/2017/01/herir-sensibilidades-sobre-los-abogados.html) y ha comentado Paco Rodríguez de
Lecea, (http://vamosapollas.blogspot.com.es/2017/01/atentados-contra-la-convivencia.html) hace pocos días el alcalde de esa
formación política del pueblo conquense de Casasimarro, del que era natural
Ángel Rodríguez Leal, asesinado en el despacho de Atocha dos días antes de que
cumpliese 26 años, ha prohibido la colocación de una placa en su recuerdo
alegando que debe permanecer imparcial para “no herir sensibilidades”. Es
decir, para no herir la sensibilidad de los que están con los asesinos pone en
el mismo nivel a asesinos y a asesinados. Tiene razón López Bulla cuando dice
que este no es un episodio montaraz de “cosas de pueblo”, sino “aplicación (y su justificación
vergonzante) de toda una serie de prácticas políticas que se desprenden,
directa u oblicuamente, de las decisiones de las alturas del Partido Popular y de las covachuelas
gubernamentales” (lopezbulla.blogspot.com/2017/01/ese-alcalde-costra-de-casasimarro.html). En
el PP conviven claras manifestaciones de rancio franquismo, como se ha visto
recientemente con las distinciones que la Fundación Francisco Franco ha dado a
señalados miembros de ese partido y estos las han aceptado orgullosos (por
cierto, ¿cómo es posible que en un país que se llame democrático esté
legalizada una fundación que exalta a un dictador genocida?), con las más
extendidas de lo que Eco llama fascismo difuminado. El fascismo difuminado no
apela algunas de las formas clásicasdel fascismo (uniformes, campos de
concentración) pero mantiene su esencia, como el machismo, el control de medios
de comunicación, el uso de una neolengua, el desprecio de los débiles endulzado
con la caridad, la guerra permanente frente a supuestos enemigos internos y externos,
el miedo de la diferencia ola xenofobia,pero todo ello a través de hábitos
aparentemente más inocentes. No olvidar los asesinatos de los luchadores por la
libertad, honrar su memoria y condenar a sus asesinos es una necesidad de
luchar contra el fascismo en todas sus formas y
afirmar la democracia, que no es algo dado en un
momento para siempre, sino que se defiende y construye día a día. Lo que ha
hecho el alcalde de Casasimarro es tanto como decir que los asesinos podrían,
llegado el caso, volver a hacer las mismas tropelías y, por lo tanto, ese alcalde y todos los que
como el piensan no son dignos de ocupar un cargo público.
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