Esperanza Aguirre ha acumulado grandes
merecimientos para entrar en el Libro Universal de la Infamia, pero en compañía
del que fuera su Consejero de Sanidad, Manuel Lamela, tiene uno especialmente
relevante cual fue la serie de infamias que lanzaron, denuncia penal
incluida, contra el Dr. Luís Montes y algunas otras personas de su equipo por
supuestas sedaciones irregulares a enfermos terminales en el Hospital Severo
Ochoa de Leganés. A partir de una denuncia anónima actuaron según el manual al
uso del PP para desacreditar a alguien. Primero se filtran informaciones
interesadas a los reptiles de la prensa amiga (casi toda), después se genera de
forma artificial y orquestada una “alarma social” y finalmente se interpone la
querella criminal. Hay que recordar que por el año 2005 la bancada en el
Congreso del Partido Popular, con facundia cuartelera franquista propia de
sargentos envinados, hacía chascarrillos sobre tan dramático tema que minaba la
honorabilidad de una persona integra y respetada como el citado Dr. Montes,
entre otros. Los tribunales acabaron sentenciando que no hubo delito alguno a
pesar de lo cual la sra. Aguirre no cesó de lanzar insinuaciones denigratorias
contra el equipo sanitario de urgencias del Severo Ochoa. Lamela acabó su
carrera política saltando a una empresa que gestiona hospitales privatizados.
Todo ese montaje, que se vino abajo tras
años de calvario judicial, no solo iba dirigido contra un grupo de personal
sanitario al que consideraban contestatario de la política privatizadora de la
sanidad madrileña, sino que era un aviso para navegantes dirigido a aquellos
médicos y enfermeros que tienen la penosa tarea de enfrentarse, cada vez más,
con situaciones de enfermos terminales cuyo sufrimiento y el de sus familiares
puede durar mucho tiempo. Una especie de intimidación para que no caigan en la
piedad de acabar con ese sufrimiento tan valorado por algunos católicos. El
tremendo dolor de estas situaciones es desdeñado por señeras almas
encanallecidas.
Izquierda Unida presentó una proposición
de ley la primavera pasada para regular la eutanasia, algo que es sentido como
una necesidad por una amplia mayoría de la sociedad española, pero el PP,
guardián de una rancia ortodoxia del sufrimiento (pero no cuando les toca
a ellos) como camino de salvación, impidió su tramitación. Lo curioso es
que la alegre muchachada de Ciudadanos, tan modernos ellos, se sumó a la
defensa de las esencias de la tradición, pero, claro, para distinguirse un
poquito proponían a cambio los cuidados paliativos. Vaya cosa, para ese viaje
no hacen falta alforjas. Ya está bien: La regulación de la eutanasia es una
urgencia porque es necesario acabar con la imposición de una crueldad sobre
aquellas personas que ya no quieren seguir sufriendo una vida que las hunde , ahora
si, “en un valle de lagrimas”.
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