Cada nueva
entrega de las noticias sobre las negociaciones del eurogrupo con Grecia nos
trae un grosero y despiadado desprecio hacia la democracia. Hay aspectos que
son especialmente llamativos. El primero es el disciplinado sometimiento de la
zahúrda mediática a las ordenes de la gran oligarquía financiera, del que
merece destacarse, en primer lugar, la campaña de desprestigio personal que han
emprendido contra el ministro Varoufakis ante el peligro que intuyen tiene su
carisma y su solidez intelectual. Pocas veces que ha habido ocasión de escuchar
sus propuestas sin intermediarios, pero, escuchadas, resulta que son de lo más
sensato. Para devolver una deuda contraída por anteriores Gobiernos, que no fue
en beneficio de la mayoría de la población, sino de una minoría de
especuladores nacionales e internacionales, la forma más razonable de hacerlo
es conseguir un crecimiento económico, lo que implica renegociar los plazos y
reestructurarla. También hay que poner en práctica medidas de política social
que alivie la situación de emergencia en que vive más de un 30% de la
población, lo que, por otro lado, también redundará en el mejoramiento de la
actividad económica. Pero resulta que lo que transmiten los medios poco
tiene que ver con esas sensatas propuestas, sino que cual tinta de calamar,
todo se emborrona en turbias palabras, unas descalificadoras y otras vacías:
Varoufakis es un arrogante, busca protagonismo en los medios, es inflexible,
es “un académico, los plazos se acaban, Grecia no avanza en las reformas.
Aquí viene la
segunda andanada: la sistemática manipulación de la información por los grandes
medios, convertidos en sumisos voceros de las covachuelas de Bruselas, Frankurt
o Whashington. ¿ De que reformas se hablan? Frente a una situación mala, decir
simplemente reforma induce a pensar en algo positivo, en algo bueno. Pero hay
que decir cual es el contenido de las reformas exigidas, no vaya a ser que
aprovechando la crisis las reformas lleven de una situación mala a otra peor,
pero definitiva, y de eso se dice poco. A lo que con dificultad se puede
atisbar es que, en gran medida, la insatisfacción del eurogrupo se debe a que
no acepta la protección contra los desahucios de los más débiles que ha puesto
en práctica el Gobierno de Syriza. El eurogrupo tampoco está contento porque no
se han recortado las ya magras pensiones, ni se ha puesto en marcha una nueva
reforma laboral que de más poder a los empresarios y lleve a los trabajadores a
una mayor sumisión en la empresa, como quiere también para España el Sr.
Draghi, el ex empleado de Goldman Sachts ¿Porqué los periodistas, en lugar de
hablar genéricamente de reformas, no confrontan las exigencias del eurogrupo
con el programa del trabajo decente de la OIT ?
Un segundo
aspecto es la aparente unanimidad (al menos eso es lo que muestran los medios)
de los distintos ministros de economía y finanzas europeos. El dogma neoliberal
es profesado por igual por socialdemócratas que por derechistas, entre los que
el ministro De Guindos, el antiguo empleado de Lehman Brothers, quiere hacer
méritos con una altanería un tanto patética. Todos ellos parecen compartir que
plantear algo contrario a ese dogma, a pesar de sus probadas desastrosas
consecuencias para la mayoría de la población, es, en el decir de Vargas Llosa,
eximo representante del neoliberalismo, como luchar contra la ley de la
gravedad. No hay mayor forma de autoritarismo.
En realidad se
trata de una opción política: para evitar que se contagie su ejemplo, hay
doblegar a Syriza para que aplique un programa contrario al que la mayoría del
pueblo griego dio su apoyo y, con ello, hundirles en el desprestigio en que se
quiere sumir la política en Europa para medro de los grandes poderes
económicos, a los que en realidad les repugna una auténtica democracia. Se ve
que, sin embargo, no les repugna abrir la puerta al nazismo.
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