La arrogancia es
una de las señas de identidad la derecha española, de eso hay pocas dudas, pero
en no pocos casos la arrogancia está proporcionalmente acompañada de la
ignorancia. Tanto más ignorante cuanto más arrogante. La señora condesa
consorte de Bornos, la sra. Aguirre, ha dado sobradas muestras a lo largo de su
dilatada carrera política de esto último. Otra característica de la derecha
española, que adorna de forma excelsa a la candidata a la alcaldía de Madrid
por el PP, es no reconocer límites en la acción política, los límites solo
valen para los demás, no para ellos.
La democracia
implica, entre otras muchas cosas, aceptar la existencia de límites en el
comportamiento de las personas en lo social, lo político y lo económico.
Algunos de esos límites están fijados por la ley, pero otros, tal vez los más
importantes para la vida cotidiana, derivan de la convicción de que hay que
seguir una conducta respetuosa con los valores de libertad, justicia,
pluralismo político y, sobre todo, igualdad, si se quiere vivir en una sociedad
democrática o simplemente en una sociedad decente. Lo que puede traducirse por
respeto a cada uno y al común de los ciudadanos tomados en pié de igualdad.
Ciertas cosas no se deben hacer aunque la voluntad por alcanzar un objetivo sea
muy fuerte. La razón, transida por el bien, debe regir la conducta.
La sra. Aguirre,
como su correligionario Berlusconi del que sin duda ha aprendido, de manera en
apariencia espontánea acostumbra a soltar disparates o mentiras de las que, en
ocasiones, después, también en apariencia, se disculpa, aunque siempre se
justifica. En realidad no se disculpa porque todo es un montaje muy bien
preparado para que su bulo o su insidia se ponga en circulación con la servil
complicidad de los medios y, de paso, trata de ofrecer la imagen de una persona
corriente al igualarse de modo calculado con lo más zafio de los potenciales
votantes. Para ella no hay límites. Los que impone la ley se los salta cuando
le conviene. Su carrera está llena de ejemplos como el oscuro transfuguismo de
votos del Tamayazo; las donaciones de empresarios (alguno en la cárcel como
Díaz Ferrán) para sus campañas a través, entre otros medios conocidos, de la
fundación FUNDESCAN; los troceamientos de los contratos para que al no superar determinada
cantidad evitar que salieran a concurso y poder proceder a la adjudicación
directa, lo que permitió a su Gobierno regional contratar masivamente con la
trama Gürtel; o aparcar en zona prohibida y darse a fuga de los vigilantes, de
los que será su superiora si sale elegida alcaldesa. Sobre los límites que se
derivan de la ética social no da muchas muestras de conocerlos, pues parece no
obedecer a otra ética que no sea su ambición de poder. Su feroz autoritarismo
la ha llevado a banalizar los asesinatos de los abogados de Atocha a los que
degrada por comunistas. Es como volver a asesinarlos. Por cierto que enero de
1977 esta señora ya era más que adulta y no parece que en aquel año ni en los
anteriores hiciera nada para traer la libertad a España. Se ve que con el
dictador vivía muy plácidamente.
El modo de
entender la gestión de la cosa pública que tiene Aguirre está orientado al
medro privado de la clase social a la que pertenece y cuyos intereses cuida.
Ensalza a los “emprendedores” frente a la supuesta ineficiencia de los
funcionarios, pero ella misma es funcionaria como Técnica de Información
yTurismo, un cuerpo hoy extinguido que era equivalente al de Técnicos de la Administración Civil
del Estado. Con las muestras que ha dado de enciclopédica ignorancia, para no
pensar mal del tribunal que la aprobó en las oposiciones, hay que creer que
tuvo un milagroso arrebato de lucidez el día del examen, por cierto que por
aquel entonces un tío suyo era Director General en el Ministerio del que
dependían los asuntos del turismo y apenas incorporada al cuerpo quedó adscrita
por un tiempo a su gabinete. En sus años en el Gobierno regional ha gastado
dinero público a manos llenas en pura propaganda, en muchos casos a
través de empresas de la
Gürtel. Un número importante de sus colaboradores ahora están
encausados por corrupción. Ella dice ser ajena a esas tramas corruptas de las
que nada vio ni sospechó durante años, pues bien, o lo sabía y lo consentía, en
cuyo caso sería cómplice, o no lo sabía, en cuyo caso es una gestora de lo
público absolutamente incompetente.
Ha hecho gala de
actuar sin vergüenza en pos de sus ideas, por eso no ha dudado en demoler la
educación y la salud de los madrileños para entregarlas al lucro privado. En
efecto, anunció en el Hotel Ritz ante un selecto grupo de empresarios que la
salud de los ciudadanos iba ser puesta en el tráfico mercantil y de ese modo
abriría para ellos “una oportunidad de negocio”. También ha dicho estar
orgullosa de ser una aristócrata, y en eso hay que reconocer que es coherente
con su actuación política que está siempre dirigida a incentivar la libertad
del dinero lo que de modo inevitable trae un aumento de las desigualdades y
abre una gran distancia entre la oligarquía y la mayoría de la población. Con ella
cobra todo sentido la definición de distancia que hace Ambrose Bierce como “lo
único que los ricos están dispuestos a que los pobres consideren suyo, y a que
la guarden”.
La actuación que
la candidata Aguirre ha tenido con su competidora Manuela Carmena al ver que la
está haciendo sombra ha mostrado su catadura. Siempre basándose en otras
fuentes ha propalado mentiras y falsedades sobre ella. La respuesta de Manuela
Carmena ha servido para que los electores aprecien su altura moral frente a la
de Aguirre.
El juicio sobre
lo buena o mala persona que sea la candidata Aguirre es asunto de cada cual,
pero lo que parece claro es que nadie que comparta los valores democráticos
puede colaborar por acción u omisión para que esta señora sea alcaldesa de Madrid.
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