Uno pensaría que
una entrevista es una forma muy útil para que una persona de relevancia pública
pueda exponer sus ideas sobre asuntos de interés común. El entrevistador o
entrevistadora tiene un papel esencial y su mayor o menor conocimiento y
destreza en el oficio permitirá a la audiencia alcanzar una idea cabal de lo
que el o la entrevistada piensa u opina, aún de cosas que de algún caso
preferiría dejar en la obscuridad. El protagonismo debe ser del entrevistado o
entrevistada y sutilmente el entrevistador o entrevistadora debe parecer que
está en un segundo discreto plano, aunque en realidad no sea así. Pero con
demasiada frecuencia este esquema no se cumple. El entrevistador quiere
convertirse en la estrella rutilante que parte con toda una serie de ideas
preconcebidas y trata por todos los medios hacer que sea esas las ideas con las
que se quede la audiencia, tanto si responden a lo que realmente piensa o hace
el entrevistado, como si no.
El domingo
pasado por la noche una periodista, llamada Ana Pastor, dio un buen ejemplo de
este modo desviado de hacer periodismo en una entrevista a Manuela Carmena, que
había sido investida como alcaldesa de Madrid el día anterior. Sin apenas
haber tenido tiempo para sentarse a trabajar en su despacho municipal fue
continuamente acosada por la entrevistadora que no la dejaba exponer a la
audiencia sus ideas. La periodista no tenía mucho interés en lo que dijera la
entrevistada, sino que empezó presionándola con agresividad repitiendo una y
otra vez la misma pregunta a la de ya había contestado de modo más que
suficiente. Después todo seguía un guión claro: no se discute la justicia o no
de las propuestas de la
Alcaldesa de Ahora Madrid, sino que iba tratando de imponer
la idea de la imposibilidad o la incompetencia de su equipo para llevar
adelante su programa con grandes dosis de arrogancia y, hay que decirlo, de
ignorancia, como cuando mantuvo la imposibilidad de revertir la situación
creada por la firma de un contrato.
Tal vez lo
primero que tendría que tener en cuenta esa periodista es la enorme capacidad
de movilización de la utopía, que es algo muy distinto de la quimera. En ese
sentido sería conveniente que leyera el excelente discurso del recién elegido
teniente alcalde del Ayuntamiento de Barcelona, Gerardo Pisarello. En segundo
lugar debería saber que los actuales marcos económicos y jurídicos no son
inmutables y que, precisamente, la grandeza de la democracia está en que el
pueblo soberano empodera a sus representantes para cambiar esos marcos en el
camino de mayor justicia, igualdad y libertad. La técnica es necesaria, pero no
es más que un medio para conseguir los fines que hagan mejor una sociedad. En
una buena entrevista, se debería dejar espacio a que la entrevistada hablase
con claridad de su idea sobre la conexión de medios y fines.
Muchas personas,
algunas con poca experiencia televisiva y tras con mucha, se preguntan si
merece la pena que personas que plantean políticas alternativas al actual status quo vayan a esos programas y, desde luego,
otras muchas ya han decidido no perder el tiempo ni hacerse mala sangre con su
contemplación y audiencia. Unos programas que, por otra parte, suelen tratar de
forma condescendiente a los defensores del gran capital mientras son muy duros
con quienes cuestionan sus abusos.
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