martes, 4 de agosto de 2015

El Café Comercial no debe ser cerrado



La noticia del cierre del Café Comercial ha provocado una conmoción más allá de la ciudad de Madrid en la que este emblemático Café abrió sus puertas hace más de 100 años. El momento del cierre, en plena época de vacaciones estivales y  sin avisar previamente a los trabajadores, no puede ser producto del azar.

Por lo que se deduce de lo que dicen los medios de comunicación, el despido de los trabajadores no es uno de los colectivos, ya que no parece se hayan alegado causas económicas, técnicas, organizativas ni de producción y, además, no se ha seguido el procedimiento previsto para estos casos, lo que provocaría la nulidad de tales despidos. Hay que pensar entonces que se trata de despidos por cese de actividad debido a jubilación o incapacidad del empresario, quién tendría que haberse acogido a las normas de Seguridad Social que regulan esas contingencias. Pero esto significaría que el empresario no es una persona jurídica, una sociedad en alguna de sus formas, porque si así fuera cabe la sospecha que se está preparando algún mecanismo para evitar una sucesión de empresa que impediría los despidos de la plantilla. Todos estos aspectos ya habrán sido estudiados por la asesoría jurídica y sindical a la que se supone habrán recurrido los trabajadores, pero más allá de la vertiente jurídica hay otras consideraciones que deben pesar para que tan emblemático lugar no eche el cierre.

Luís García Montero, con la luminosidad que emana de sus textos, ha escrito a propósito del cierre del Comercial que “es buena la costumbre de encontrar lugares que nos ayuden a identificar la calle como parte de nuestra casa. Me parece el mejor ejemplo del bien común y la vida amable. El bar de la esquina, las tiendas del barrio, el rincón de la plaza y el café de la glorieta son la versión sincera, no burocrática, del carné de identidad. Otorgan una sensación humana de ser y estar, regalan un modesto derecho a la pertenencia mucho más fiable que el ofrecido por las banderas y los patriotismos”. El Café Comercial es una de las señas de identidad de la ciudad de Madrid que en estos tiempos de presente continuo ha sido un eslabón entre generaciones. Jóvenes, medianos y mayores de Madrid y de fuera, coincidían entre sus espejos y mesas de mármol facilitando la transmisión de experiencias y la vigencia de la memoria colectiva. Local y global a la vez, como ahora se usa en decir.

Es, y ya lo digo en presente porque me resisto a que el Comercial entre en el pasado, un lugar en el que tantas personas hemos pasado momentos importantes de nuestras vidas, y en él queremos seguir pasándolas. Amigas y amigos de países europeos, latinoamericanos y de otras latitudes me han llamado por teléfono estos días, azoradas, para preguntarme si era una broma de mal gusto la noticia del cierre. Precisamente uno de ellos, de Buenos Aires, hace pocas semanas tuvo que ir por asuntos profesionales a París en un viaje algo precipitado que le impidió concertar citas con amigos. Como tenía algunas horas entre avión y avión, decidió darse una vuelta por el Comercial porque estaba seguro que encontraría amigos o conocidos con quienes departir un rato en amigable charla. Allí le encontramos el profesor Antonio Baylos y yo mismo, que a nuestra vez estábamos en sesuda conversación con una inteligente y encantadora doctora colombiana, discípula del citado profesor. Tan parte de nuestro mundo es que con los camareros, como pasa con la familia o verdaderos amigos, mantenemos a veces discrepancias. Eso es parte su encanto y su sello de identidad. Hace muchos años, la que entonces era mi esposa que ya por desgracia no está entre nosotros, tuvo delante de mi, que hacia de apaciguador, una viva discusión, áspera en algún momento, en torno a temas musicales con el camarero que atendía nuestra mesa. Pasado un rato el mismo camarero vino y la invitó a ella a otra cerveza como la que estaba tomando (no a mi), advirtiéndola que era él quien invitaba y no la casa, porque una buena discusión como aquella bien la merecía. Uno de esos mismos camareros que el día en que murió Tierno Galván colocaron en la mesa en la que habitualmente se sentaba los periódicos que acostumbraba a leer y no dejaron que nadie la ocupara.


Un lugar así no debe desaparecer. Siempre habrá soluciones jurídico-económicas si hay voluntad de encontrarlas. Otras ciudades ofrecen al viajero buenas practicas ante situaciones similares. La calvinista Ginebra no permitió que un histórico restaurante de la parte vieja de la ciudad acabase convertido en un Starbuck Caffe. En Bolonia la roja, la Osteria del Sole, que se dice ya existía en 1530, amparo y refugio de bebedores de vino y donde no se expende Coca-Cola ni brebaje similar, para gran alegría de la población propia y ajena, fue reabierta intacta tras un cierre temporal, que amenazó ser definitivo. En la reapertura hubo una decisiva mediación de las autoridades municipales y de la Caja de Ahorros de la región. La nacionalizada Bankia, antes Caja Madrid, lavaría muchas de sus culpas pasadas si siguiese el ejemplo de su colega boloñesa implicándose para mantener vivo el Comercial. El Ayuntamiento de Madrid seguro que también tendrá algo que decir y hacer ante el clamor público interclasista de que el Café Comercial no debe ser cerrado.

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