La
noticia del cierre del Café Comercial
ha provocado una conmoción más allá de la ciudad de Madrid en la que este
emblemático Café abrió sus puertas hace más de 100 años. El momento del cierre,
en plena época de vacaciones estivales y sin avisar previamente a los
trabajadores, no puede ser producto del azar.
Por
lo que se deduce de lo que dicen los medios de comunicación, el despido de los
trabajadores no es uno de los colectivos, ya que no parece se hayan alegado
causas económicas, técnicas, organizativas ni de producción y, además, no se ha
seguido el procedimiento previsto para estos casos, lo que provocaría la
nulidad de tales despidos. Hay que pensar entonces que se trata de despidos por
cese de actividad debido a jubilación o incapacidad del empresario, quién
tendría que haberse acogido a las normas de Seguridad Social que regulan esas
contingencias. Pero esto significaría que el empresario no es una persona
jurídica, una sociedad en alguna de sus formas, porque si así fuera cabe la
sospecha que se está preparando algún mecanismo para evitar una sucesión de
empresa que impediría los despidos de la plantilla. Todos estos aspectos ya
habrán sido estudiados por la asesoría jurídica y sindical a la que se supone
habrán recurrido los trabajadores, pero más allá de la vertiente jurídica hay
otras consideraciones que deben pesar para que tan emblemático lugar no eche el
cierre.
Luís
García Montero, con la luminosidad que emana de sus textos, ha escrito a
propósito del cierre del Comercial que “es
buena la costumbre de encontrar lugares que nos ayuden a identificar la calle
como parte de nuestra casa. Me parece el mejor ejemplo del bien común y la vida
amable. El bar de la esquina, las tiendas del barrio, el rincón de la plaza y el café de
la glorieta son la versión sincera, no burocrática, del carné de identidad. Otorgan una sensación humana de ser y
estar, regalan un modesto derecho a la pertenencia mucho más fiable que el
ofrecido por las banderas y los patriotismos”. El Café Comercial es una de las
señas de identidad de la ciudad de Madrid que en estos tiempos de presente
continuo ha sido un eslabón entre generaciones. Jóvenes, medianos y mayores de
Madrid y de fuera, coincidían entre sus espejos y mesas de mármol facilitando
la transmisión de experiencias y la vigencia de la memoria colectiva. Local y
global a la vez, como ahora se usa en decir.
Es,
y ya lo digo en presente porque me resisto a que el Comercial entre en el
pasado, un lugar en el que tantas personas hemos pasado momentos importantes de
nuestras vidas, y en él queremos seguir pasándolas. Amigas y amigos de países
europeos, latinoamericanos y de otras latitudes me han llamado por teléfono
estos días, azoradas, para preguntarme si era una broma de mal gusto la noticia
del cierre. Precisamente uno de ellos, de Buenos Aires, hace pocas semanas tuvo
que ir por asuntos profesionales a París en un viaje algo precipitado que le
impidió concertar citas con amigos. Como tenía algunas horas entre avión y
avión, decidió darse una vuelta por el Comercial porque estaba seguro que
encontraría amigos o conocidos con quienes departir un rato en amigable charla.
Allí le encontramos el profesor Antonio Baylos y yo mismo, que a nuestra vez
estábamos en sesuda conversación con una inteligente y encantadora doctora
colombiana, discípula del citado profesor. Tan parte de nuestro mundo es que
con los camareros, como pasa con la familia o verdaderos amigos, mantenemos a
veces discrepancias. Eso es parte su encanto y su sello de identidad. Hace
muchos años, la que entonces era mi esposa que ya por desgracia no está entre
nosotros, tuvo delante de mi, que hacia de apaciguador, una viva discusión,
áspera en algún momento, en torno a temas musicales con el camarero que atendía
nuestra mesa. Pasado un rato el mismo camarero vino y la invitó a ella a otra
cerveza como la que estaba tomando (no a mi), advirtiéndola que era él quien
invitaba y no la casa, porque una buena discusión como aquella bien la merecía.
Uno de esos mismos camareros que el día en que murió Tierno Galván colocaron en
la mesa en la que habitualmente se sentaba los periódicos que acostumbraba a
leer y no dejaron que nadie la ocupara.
Un
lugar así no debe desaparecer. Siempre habrá soluciones jurídico-económicas si
hay voluntad de encontrarlas. Otras ciudades ofrecen al viajero buenas
practicas ante situaciones similares. La calvinista Ginebra no permitió que un
histórico restaurante de la parte vieja de la ciudad acabase convertido en un
Starbuck Caffe. En Bolonia la roja, la Osteria del Sole, que se dice ya existía en 1530,
amparo y refugio de bebedores de vino y donde no se expende Coca-Cola ni
brebaje similar, para gran alegría de la población propia y ajena, fue
reabierta intacta tras un cierre temporal, que amenazó ser definitivo. En la
reapertura hubo una decisiva mediación de las autoridades municipales y de la Caja de Ahorros de la región.
La nacionalizada Bankia, antes Caja Madrid, lavaría muchas de sus culpas
pasadas si siguiese el ejemplo de su colega boloñesa implicándose para mantener
vivo el Comercial. El Ayuntamiento de Madrid seguro que también tendrá algo que
decir y hacer ante el clamor público interclasista de que el Café Comercial no debe ser
cerrado.
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