viernes, 24 de junio de 2016

¿Y AHORA QUÉ? ¿QUÉ HACEMOS CON LA UNIÓN EUROPEA?

Era previsible. La reacción de una parte de los medios de persuasión dominantes partidarios del si en el referéndum británico de ayer aprovechan para atacar a las fuerzas de izquierda que ponen en cuestión la políticas de la austeridad y la falta de democracia en la Unión Europea metiéndolas en el mismo saco con los partidos de extrema derecha antieuropeistas y xenófobos.  Al mismo tiempo, de forma un tanto contradictoria, alaban las “virtudes británicas”, casi como lo hacen algunas fuerzas ultranacionalistas  que propugnaban el abandono. Al mismo tiempo no dejan de reconocer que son necesarios profundos cambios para recuperar el proyecto europeo y para ello apelan a los líderes actuales a ponerse manos a la obra.

Pero hay que aclarar varias  cosas, como, entre otras,  definir el proyecto integrador europeo, encarar  el arrastrado por años  “déficit democrático”, y quienes tienen que liderar el nuevo proyecto.

Sobre la primera de las cuestiones es conveniente recordar que el Reino Unido se sumó al proyecto europeo en 1973 y desde entonces ha sido un socio incómodo, egoísta y retardatario o directamente boicoteador de “una unión más estrecha entre los pueblos de Europa”. En el nacimiento de las Comunidades Europeas, allá por 1951, El Reino Unido no quiso formar parte de las mismas que, siendo una unión funcional en torno a objetivos concretos, implicaban una cesión de competencias soberanas desde los Estados a las recién creadas instituciones supranacionales, sino que por el contrario impulsó la creación de una zona de libre cambio (la EFTA) que no repugnaba incluir en su seno al Portugal de la dictadura salazarista. Pero la EFTA fracasó y la Comunidades Europeas fueron un éxito cuyo magnetismo atraía más y más socios. En importante medida ese magnetismo tenía mucho que ver con el impulso ético que animó el proyecto de integración europea: la paz y el reconocimiento de derechos sociales, el respeto por el Estado Social y Democrático de Derecho, que convivía, no sin tensiones, con los objetivos económicos de construir un mercado interior sin fronteras.  Ese impulso ético era producto de la correlación de fuerzas entre las clases sociales europeas traumatizadas por la experiencia de la primera y la segunda guerra mundial, de la que nuestra guerra civil fue el prólogo.  Desde la caída del muro de Berlín el proyecto europeo ha ido desdibujándose en un claro desequilibrio a favor de las libertades económicas frente a los derechos sociales pareciéndose, cada vez más y poco a poco, a una zona de libre cambio comercial. Bruselas se ha convertido en una sentina del capital financiero. Por ahí es por donde hay que empezar la reconstrucción para que la Unión sea espacio de solidaridad mediante el respeto y defensa de los derechos humanos, en especial de los derechos sociales. Los movimientos xenofóbicos y nacionalistas tendrían la hierba segada bajo sus pies cuando los trabajadores de Europa viesen que Bruselas es la proa en defensa del trabajo y la protección social decente frente al capital globalizado,que a través de tratados como el TTIP o el TiSA quiere imponer sus reglas.

Esa reconstrucción no puede hacerse de forma oculta a espaldas de la ciudadanía. Las élites europeas se han acostrumbrado en estos años a funcionar sin transparencia, blindadas por un entramado burocrático que aleja los controles democráticos,  a pesar de los intentos del Parlamento Europeo. Los ejemplos son muchos, pero basta citar que el llamado eurogrupo, cuyas decisiones son de extremada importancia para la vida de los ciudadanos, funciona prácticamente sin reglas y toma sus decisiones en secreto.

Se les pide en la prensa oficial a los lideres políticos de Europa que se pongan a la obra para reverdecer el proyecto europeo, pero esos mismos líderes no están legitimados para ello después de haber llevado a la Unión Europea al estado en que se encuentra por su sometimiento servil a los intereses del gran capital globalizado, en el que también participan capitalistas europeos. La crisis de 2008 mostró el fracaso del modelo neoliberal pero la UE no fue capaz de dar una respuesta que no haya sido más neoliberalismo con el consiguiente aumento de desigualdad, pobreza,  precariedad y exclusión social. Otros lideres europeos deben conducir el proyecto integrador de una nueva Unión Europa que sea ejemplo para un orden mundial respetuoso con el medio ambiente, la igualdad, la libertad, la solidaridad y la justicia social, pues sigue siendo válido lo que la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo pregonaba en 1919, que la paz mundial solo es posible si se construye sobre la justicia social. Las elecciones españolas del 26 son una buena oportunidad para esa renovación.

Es de lamentar que el 52 % de los británicos no quieran participar de esta hermosa aventura, pero nadie puede ser obligado a ello, porque solo con socios fiables se puede emprender ese camino.  ¡Allá ellos!


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