Era previsible. La reacción de una
parte de los medios de persuasión dominantes partidarios del si en el
referéndum británico de ayer aprovechan para atacar a las fuerzas de izquierda
que ponen en cuestión la políticas de la austeridad y la falta de democracia en
la Unión Europea metiéndolas en el mismo saco con los partidos de extrema
derecha antieuropeistas y xenófobos. Al
mismo tiempo, de forma un tanto contradictoria, alaban las “virtudes
británicas”, casi como lo hacen algunas fuerzas ultranacionalistas que propugnaban el abandono. Al mismo tiempo
no dejan de reconocer que son necesarios profundos cambios para recuperar el
proyecto europeo y para ello apelan a los líderes actuales a ponerse manos a la
obra.
Pero hay que aclarar varias cosas, como, entre otras, definir el proyecto integrador europeo,
encarar el arrastrado por años “déficit democrático”, y quienes tienen que
liderar el nuevo proyecto.
Sobre la primera de las cuestiones es
conveniente recordar que el Reino Unido se sumó al proyecto europeo en 1973 y
desde entonces ha sido un socio incómodo, egoísta y retardatario o directamente
boicoteador de “una unión más estrecha entre los pueblos de Europa”. En el
nacimiento de las Comunidades Europeas, allá por 1951, El Reino Unido no quiso
formar parte de las mismas que, siendo una unión funcional en torno a objetivos
concretos, implicaban una cesión de competencias soberanas desde los Estados a
las recién creadas instituciones supranacionales, sino que por el contrario
impulsó la creación de una zona de libre cambio (la EFTA) que no repugnaba
incluir en su seno al Portugal de la dictadura salazarista. Pero la EFTA
fracasó y la Comunidades Europeas fueron un éxito cuyo magnetismo atraía más y
más socios. En importante medida ese magnetismo tenía mucho que ver con el
impulso ético que animó el proyecto de integración europea: la paz y el reconocimiento
de derechos sociales, el respeto por el Estado Social y Democrático de Derecho,
que convivía, no sin tensiones, con los objetivos económicos de construir un
mercado interior sin fronteras. Ese
impulso ético era producto de la correlación de fuerzas entre las clases
sociales europeas traumatizadas por la experiencia de la primera y la segunda
guerra mundial, de la que nuestra guerra civil fue el prólogo. Desde la caída del muro de Berlín el proyecto
europeo ha ido desdibujándose en un claro desequilibrio a favor de las
libertades económicas frente a los derechos sociales pareciéndose, cada vez más
y poco a poco, a una zona de libre cambio comercial. Bruselas se ha convertido
en una sentina del capital financiero. Por ahí es por donde hay que empezar la
reconstrucción para que la Unión sea espacio de solidaridad mediante el respeto
y defensa de los derechos humanos, en especial de los derechos sociales. Los
movimientos xenofóbicos y nacionalistas tendrían la hierba segada bajo sus pies
cuando los trabajadores de Europa viesen que Bruselas es la proa en defensa del
trabajo y la protección social decente frente al capital globalizado,que a
través de tratados como el TTIP o el TiSA quiere imponer sus reglas.
Esa reconstrucción no puede hacerse de
forma oculta a espaldas de la ciudadanía. Las élites europeas se han
acostrumbrado en estos años a funcionar sin transparencia, blindadas por un
entramado burocrático que aleja los controles democráticos, a pesar de los intentos del Parlamento
Europeo. Los ejemplos son muchos, pero basta citar que el llamado eurogrupo,
cuyas decisiones son de extremada importancia para la vida de los ciudadanos,
funciona prácticamente sin reglas y toma sus decisiones en secreto.
Se les pide en la prensa oficial a los
lideres políticos de Europa que se pongan a la obra para reverdecer el proyecto
europeo, pero esos mismos líderes no están legitimados para ello después de
haber llevado a la Unión Europea al estado en que se encuentra por su
sometimiento servil a los intereses del gran capital globalizado, en el que
también participan capitalistas europeos. La crisis de 2008 mostró el fracaso
del modelo neoliberal pero la UE no fue capaz de dar una respuesta que no haya
sido más neoliberalismo con el consiguiente aumento de desigualdad,
pobreza, precariedad y exclusión social.
Otros lideres europeos deben conducir el proyecto integrador de una nueva Unión
Europa que sea ejemplo para un orden mundial respetuoso con el medio ambiente,
la igualdad, la libertad, la solidaridad y la justicia social, pues sigue
siendo válido lo que la Constitución de la Organización Internacional del
Trabajo pregonaba en 1919, que la paz mundial solo es posible si se construye
sobre la justicia social. Las elecciones españolas del 26 son una buena oportunidad
para esa renovación.
Es de lamentar que el 52 % de los
británicos no quieran participar de esta hermosa aventura, pero nadie puede ser
obligado a ello, porque solo con socios fiables se puede emprender ese
camino. ¡Allá ellos!
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