Sviatoslav Richter fue uno de lo más grandes y
admirados pianistas del siglo XX. Nacido en Ucrania en 1915 y fallecido en
Moscú el 1997, su peripecia vital está profundamente ligada a las conmociones
del “siglo de la revolución” (feliz expresión de Josep Fontana) en el que
vivió. Su padre, profesor de piano de origen alemán del que recibió siendo niño
las primeras lecciones, fue acusado de espiar a favor de los nazis y fusilado
en 1941. Siendo muy joven entró como pianista repetidor en la ópera de Odessa,
en donde, en el club de ingenieros, dio su primer concierto a finales de 1934.
Fue en en gran medida autodidacta, pero en tres años más tarde marchó al
conservatorio de Moscú a seguir lecciones del gran maestro Neuhaus, con el que
estudió varios años. Neuhaus quedó impresionado cuando le oyó tocar y dijo que
era el alumno que siempre había estado esperando, aunque confesó, quizá
con modestia y desde luego con admiración, que no le había ensañado
nada.
Richter fue un hombre de gran cultura, gran lector y
amante de la pintura. Muchos le consideraron excéntrico pero tal vez era
alguien de una gran autoexigencia y honestidad consigo mismo, un tanto
inconformista. Era un gran trabajador que dedicaba muchas veces más de 12 horas
al día al estudio y no dudaba en llamar por teléfono a los organizadores de un
concierto para que eliminasen una determinada obra inicialmente prevista si al
aproximarse la fecha no estaba satisfecho con la manera en que la estaba
abordando. No era un adulador de las autoridades soviéticas y parece que
actuaba según su criterio. Por ejemplo, tocó voluntariamente en los funerales
de Stalin, pero también lo hizo, desafiando a la burocracia, en el de Boris
Pasternak y apoyando a otros artistas que sufrieron represalias. Desde
1960 empezó a dar conciertos fuera de la URSS, pero nunca se planteó tomar el
camino del exilio, como hizo, por ejemplo Rostropóvich. No le gustaba la vida
de los Estados Unidos, a donde decidió no volver cuando unos manifestantes
antisoviéticos, en 1970, irrumpieron en un concierto con Óistraj en Nueva
York. Su repertorio era ingente, como su cultura, del que hay amplia muestra
discográfica, la mayoría grabada de conciertos en directo pues era bastante
reacio a las grabaciones en estudio. Prefería los conciertos en pequeñas
localidades, aunque los auditorios fuesen modestos, en los que una pequeña
lámpara daba luz a sus partituras por toda iluminación y por los que cobraba
cantidades muy modestas, como las de un pianista principiante, muy alejadas de
las que le pagaban en las salas de conciertos de las grandes ciudades. En 1986,
por ejemplo, se embarcó en una gira de más de 160 conciertos por pequeñas
poblaciones de Siberia, en algunas de las cuales no había ni un auditorio que
mereciera ese nombre.
En 1990 hizo una gira de 11 conciertos por España que
empezó en Cadaqués y le llevó a lugares como Reus y Soria. En esa gira recaló
en Albacete en un memorable concierto del 25 de febrero que tuvo lugar en el
Conservatorio de la Asunción y estaba dedicado a los alumnos y profesores del
mismo hasta completar el aforo. Hubo gente llegada desde Madrid y otras
ciudades haciendo cola toda la noche anterior. El programa incluyó obras de
Mozart, Prokofiev y Debussy y, según confesó el maestro, fue del que estuvo más
satisfecho de toda la gira. No cobró nada. No consintió ser pagado cuando le
ofrecían un dineral por tocar en la vecina Madrid. ¿Porqué Richter quiso
incluir Albacete en su gira? Probablemente por una antigua vinculación
sentimental con la ciudad y un emocionado recuerdo histórico, pues antes del
concierto confesó que no era la primera vez que estaba en Albacete porque
ya estuvo con las Brigadas Internacionales en la guerra civil. Debió de ser
cuando su residencia habitual estaba en Odessa.
El joven Richter optó por luchar en suelo lejano
contra el fascismo y la libertad, interrumpiendo su formación artística, en un
dilema moral que ya nos planteó Vázquez Montalbán, con la maestría que le era
propia, en su magnifica novela El pianista, solo que en su caso
pudo regresar a la música, pero es claro que no fue un artista encerrado en su
torre de marfil.
[1] Estas líneas están dedicadas
a la memoria de Lola Martínez, que fue durante muchos años
responsable de los servicios administrativos de la gran y reputada asesoría
jurídica de Comisiones Obreras de Albacete, que nos ha dejado
recientemente.
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