sábado, 22 de octubre de 2016

Sobre los efectos del capital globalizado en las relaciones de trabajo

La editorial Bomarzo acaba de publicar un libro de la Dra. Teresa Nahas con el titulo Reflexiones sobre los efectos del capital globalizado en las relaciones de trabajo, que lleva un  prólogo de Joaquín Aparicio Tovar que parcialmente se reproduce aquí. Con su publicación queremos animar a leer tan interesante libro. 


En 1975 el escritor británico John Berger y el fotógrafo suizo Jean Mohr publicaron un libro sobre la emigración en Europa, con el objetivo de mostrar que las economías de los países ricos dependían de la mano de obra de naciones más pobres, aunque el libro es mucho más que eso. En ese libro, titulado Un séptimo hombre, puede leerse que “para el capitalismo no es concebible que el subdesarrollo pueda ser una situación de pobreza insuperable, de la que no se pueda salir. Y, sin embargo, el capitalismo mantiene a casi la mitad del mundo precisamente en esa situación. Esta contradicción entre la teoría y la práctica es una de las razones por las que el capitalismo y sus instituciones culturales ya no son capaces de explicarse a sí mismos ni de explicar el mundo”. En los ya bastantes años que desde entonces han pasado han tenido lugar importantes transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales, sin embargo, como reconoce John Berger en un prólogo a una  nueva edición en 2002, el libro no ha dejado de ser de actualidad. Es más, “es hoy más incisivo, más apasionado y más conmovedor que cuando se publicó la primera vez”. Esas mismas palabras son plenamente válidas hoy. Probablemente ello se debe a que, a pesar de las crisis, no solo no han cesado los movimientos migratorios hacia Europa, así como hacia otros lugares del planeta considerados “primer mundo”, sino que han tomado una dimensión mucho mayor  en todos los sentidos que han dejado pequeño el secular desgarro que toda emigración conlleva. Hoy los movimientos de personas que buscan una vida mejor tienen un dramatismo tal que han convertido al Mediterráneo, cantado por Homero como el “mar color de vino”, en una enorme fosa común de miles de ignotas personas que no pudieron alcanzar la tierra en la esperaban realizar sus aspiraciones de dejar atrás la pobreza o la guerra o las persecuciones religiosas, políticas, raciales o de origen sexual.

El capitalismo “realmente existente” de nuestros días ha acentuado su fracaso y ahora condena a la pobreza, a la exclusión social, no solo a una parte importante de poblaciones de los países eufemísticamente llamados “en vías de desarrollo” (un desarrollo que nunca llega),  sino también a una parte cada vez más amplia de la clase trabajadora de los mismos países hegemónicos con un aumento exponencial de la desigualdad. El informe Oxfam de enero de 2016, Una economía al servicio del 1%, citando fuentes de Credit Suisse, revela que el 1% de la población mundial más rica acumula más riqueza que el 99% restante, así mismo pone de manifiesto que “en 2015, sólo 62 personas poseían la misma riqueza que 3.600 millones (la mitad más pobre de la humanidad). No hace mucho, en 2010, eran 388 personas. La riqueza en manos de las 62 personas más ricas del mundo se ha incrementado en un 44% en apenas cinco años, algo más de medio billón de dólares (542.000 millones) desde 2010, hasta alcanzar 1,76 billones de dólares. Mientras tanto, la riqueza en manos de la mitad más pobre de la población se redujo en más de un billón de dólares en el mismo periodo, un desplome del 41%. Desde el inicio del presente siglo, la mitad más pobre de la población mundial sólo ha recibido el 1% del incremento total de la riqueza mundial, mientras que el 50% de esa “nueva riqueza” ha ido a parar a los bolsillos del 1% más rico. Los ingresos medios anuales del 10% más pobre de la población mundial, en quienes se concentran pobreza, hambre y exclusión, han aumentado menos de tres dólares al año en casi un cuarto de siglo. Sus ingresos diarios han aumentado menos de un centavo al año”.

Estos datos muestran que el siglo XXI ha empezado mal y las cosas no van camino de mejorar, más bien al contrario. Si al aumento descarnado de la pobreza le sumamos las guerras y otras persecuciones de grupos de poblaciones, es inevitable que los flujos migratorios alcancen en el futuro una dimensión todavía mayor de la actual.

Todo esto se ha producido en un tiempo en el que se ha acelerado la circulación a escala planetaria de mercancías, de capitales, de servicios y se ha hecho posible la difusión masiva y rápida de formas culturales, generalmente nacidas en los países metropolitanos, merced a las nuevas tecnologías de la comunicación que no escapan al control de minoritarios grupos económicos. El capital financiero ha dominado a la economía mundial cada vez más controlada por una business community que erosiona la soberanía y autonomía de los Estados-nación. Es lo que de modo resumido se suele denominar “globalización”.

La preocupación ante este estado de cosas movió, o tal vez conmovió, a la doctora Thereza Nahas, desde su sensibilidad de jueza de los social de Sao Paulo, a enfrentarse a ellas para preguntarse cual debe ser el fin de las normas sociales, para preguntarse si hoy sigue siendo válida la aspiración a la justicia social universal como base de la paz mundial que en su Constitución preconiza la Organización Internacional del Trabajo. Para ello acomete un riguroso estudio que parte, como no podía ser de otro modo, de un análisis de la globalización en el que constata cómo mientras el capital se mueve prácticamente sin los obstáculos de las fronteras, para los trabajadores, en cambio, estas se levantan muchas veces como muros infranqueables, con la consecuencia adicional de que, en ese movimiento a escala planetaria, el capital juega con una especie de “mercado” jurídico para tener en cuenta en la elección de los países destinarios de inversiones aquellos en los que los ordenamientos jurídico-laborales sean más complacientes con los empresarios en una especie de subasta a la baja de las garantías de los derechos de los trabajadores. El Doing Business del Banco Mundial ha sido un buen y vergonzante ejemplo de ello.  Pero si esto ha de ser así, la doctora Nahas pone claro que nuestro sistema democrático y civilizatorio empieza a tener serias quiebras porque si se reducen las normas laborales a que sean eficientes para la actividad económica pierden todo su sentido, que no es otro que buscar una aceptable igualdad entre partes social y económicamente desiguales (trabajador y empresario). Se ha producido entonces un desequilibrio excesivo en favor de la parte más poderosa de la relación de trabajo y se pone en evidencia el “mito de la globalización” como generadora de riqueza y bienestar. 

No se trata de que en un mercado mundial de trabajo, que cómo se acaba de decir, la existencia de fronteras para los trabajadores demuestra que no es tal, los trabajadores más cualificados en el dominio de las nuevas tecnologías serán los ganadores frente a los perdedores, los poco cualificados que por efecto de la deslocalización productiva van a permanecer en los países subdesarrollados. El profundo y muy interesante estudio que lleva a cabo sobre los trabajadores fronterizos, los migrantes y los desplazados con ocasión de una prestación de servicios muestra que la mayoría de los trabajadores pierde y para ello trae a colación el Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre México, Estados Unidos y Canadá.

Pero en una investigación de este tipo era obligado estudiar los fenómenos de integración regional que en el mundo se han producido, en concreto el MERCOSUR y, sobretodo, la Unión Europea, a la que dedica especial atención por ser el ejemplo más avanzado de integración que puede encontrarse, lo que es muy meritorio para una investigadora brasileña no habituada a las categorías, con frecuencia abstrusas, de su derecho y sus relaciones con los ordenamientos jurídicos de los Estados miembros. La Unión Europea es una creación excepcional de un momento histórico preciso, como señaló el gran historiador Eric Hobsbawm, que tenía el impulso ético de alcanzar la paz entre los Estados europeos, secularmente desgarrados por guerras entre ellos, y por alcanzar paz social en el interior de cada uno de esos Estados mediante el reconocimiento de derechos sociales, cosa que se plasmó en las constituciones que reconocen el Estado Social y Democrático de Derecho como una superación de las muy imperfectas democracias liberales. El desarrollo económico que la integración debería de traer, que es básicamente competencia de las instituciones supranacionales, no debería arrumbar los derechos sociales, más bien garantizados en las constituciones nacionales, pero al basarse la Unión las cuatro libertades fundamentales de libre circulación de mercancías, libre circulación de capitales, libre circulación de personas, es decir de trabajadores, y libre prestación de servicios y establecimiento, no cabe duda que la tensión entre lo económico (más bien anclado en el espacio supranacional) y lo social (más bien anclado en el espacio nacional) ha estado siempre latente. El embate de la globalización neoliberal y su influencia ideológica en los gobiernos de los Estados miembros, además de la ampliación a partir de 2004 a los países del Este de Europa, una vez en la órbita del “socialismo realmente existente”, ha roto el delicado e inestable equilibrio, que con sus altibajos, se había mantenido hasta el inicio del nuevo siglo. En concreto, la libre prestación de servicios y establecimiento está chocando con la garantía de derechos sociales y está empezando a provocar un social dumping entre los Estados europeos al permitir cierta jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (casosViking, Laval, Rüffert, entre otros) la aplicación de la ley del país de origen a los trabajadores desplazados temporalmente con ocasión de una prestación de servicios. Eso ha sido posible porque la relativa, aún con sus excepciones, homogeneidad entre los ordenamientos jurídico-laborales de los Estados que existía antes de la ampliación de 2004 se ha roto, a lo que hay que añadir el uso ( mejor abuso) de las técnicas de descentralización productiva por parte de las empresas. El Tribunal de Justicia, frente la jurisprudencia de los años noventa, ha relajado considerablemente la protección de los derechos de los trabajadores y la prohibición del social dumping como una exigencia imperativa de interés general limitadora de la libertad de prestación de servicios. Pero nada está escrito en piedra para que perdure eternamente, como la STJUE en el caso Ammattiliito permite atisbar.

El estudio de las tensiones en el derecho de la Unión Europea entre la libre prestación de servicios y la protección de los derechos de los trabajadores le ha llevado a la doctora Nahas, en un magnifico ejemplo de coherencia, a estudiar estos problemas más allá de sus fronteras, en concreto, a estudiar la influencia sobre los derechos sociales de la actividad de la Organización Mundial del Comercio, que tiene como objetivo la liberalización del comercio mundial y, más en concreto, el Acuerdo General del Comercio de Servicios, que en su modo 4 se refiere, precisamente, a los servicios que exigen para su prestación desplazamientos de trabajadores. Es crítica con la dirección que va tomando la liberalización del comercio basada en el dogma, que la experiencia evidencia falso y el citado informe Oxfam demuestra, de que la eliminación de reglas (incluidas las del trabajo) trae mayor riqueza para todos, al contrario, considera que “pese a que la fuerza de trabajo integra la organización empresarial en ningún momento los planes económicos se han preocupado de proteger a los trabajadores de las consecuencias del capital globalizado” por lo que quedan expuestos a poderes muy superiores y fuera de su control.

El Acuerdo Transpacifico de Cooperación Económica (TPP en sus siglas en inglés) y el Transatlantic Trade and Investment Partnership que se está negociando casi en secreto por la Comisión Europea y los Estados Unidos merecen atención de la Dra. Nahas. Sobre ellos no puede sino llegar a conclusiones muy críticas pues la experiencia del TPP muestra que la desigualdad en países como México o Perú lejos de disminuir aumentó. Las previsiones, que por lo que se ha sabido, se pretende hace el TTIP sobre las demandas ante tribunales de arbitraje que pueden hacer las empresas transnacionales contra los Estados huyendo de la jurisdicción de los tribunales ordinarios, así como la llamada “cooperación regulatoria” entiende que no harán sino empeorar los estándares de protección de los derechos sociales.


Después de este recorrido por tan complejos problemas podría pensarse que la respuesta a aquellos interrogantes sobre si en este mundo global hay un espacio para las normas sociales que ofrezcan tutela para conseguir mayores cotas de justicia social podría ser negativa o pesimista y, sin duda, la Dra. Nahas no niega la evidencia que apunta en ese sentido, pero su trabajo tiene mucho de denuncia y de apuesta por una reconstrucción del Estado Social y Democrático sobre nuevas bases que no sean las de la globalización neoliberal. Una reconstrucción enmarcada en una mayor implicación con la construcción de un orden supranacional que tenga como punto de referencia un renovado papel de los Convenios de la OIT para que el trabajo humano deje de ser efectivamente tratado como una mercancía. No parece que, por el momento, las cosas vayan en esa dirección pues, al contrario, los Gobiernos, con demasiada frecuencia, se comportan como fieles servidores de los grandes poderes económico-financieros privados, según estamos viendo en la reciente evolución en Europa y América Latina, pero el futuro no está escrito. 

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